Opinión

Tintero de cristal

Tintero de cristal
photo_camera Tintero de cristal

El pensamiento que comienza en la mano es más pensamiento. Aunque uno subraye en los cacharros digitales, programe mementos y nomeolvides (junto suena mejor, como esa flor) con la ayuda del algoritmo. La cosa de los días nos arrasa con la urgencia y la desmemoria. Lo importante se despanzurra en las cunetas si no hacemos fuerza por sujetarlo. Y para eso hacen falta determinación y buenos cuadernos. Porque, a los que tenemos mala letra, escribir a mano es casi tan terapéutico como hacer bien la cama, como si así se refrendasen las intenciones mejores. Aunque sean pequeñas. Aunque cueste leerlas. 

Escribo a mano todo lo que puedo. Sobre todo, aquello que quiero recordar, porque al hacerlo, se va tejiendo un sendero dentro de la mente. Uno puede repasar los contornos de la palabra precisa, dibujar una carita en un margen y subrayar con energía ese saquito de ideas que quieres retener contigo. Para que estén a tu lado. Para que se sigan enredando entre sí y florezcan en algo mejor. Para que se injerten en otras que ya tienes. Y para que fermenten y nutran algunas enterradas por otras ideas de mejor calidad. Escribo a mano con plumas heredadas y plumas encontradas. Las limpio y las recargo con cierta neurosis, porque la pluma que falla es un pequeño descarrilamiento. Tengo amigos que saben y usan tintas fantásticas, japonesas, de negros estupendos, que hacen mejor los trazos (y por tanto, la vida). Pero a mí me sirve una tinta popular, masiva, lo suficientemente densa como para que los plumines naveguen a buen ritmo y con la oscuridad necesaria para alimentar papeles gruesos y ocres. La gente de Parker, que llevan más de un siglo fabricando cosas para escribir, apenas un aliento si se lo cuentas a un chino, siguen vendiendo hermosos tinteros de cristal como este. Es redondito y serio. Y tiene un tapón ancho a rosca para poder sumergir émbolos y artilugios. 

El tintero vive encima de la mesa de trabajo, junto a la mariposa encapsulada en resina y el flexo. Lo que todavía no he pensado está ahí, flotando en ese océano diminuto y negrísimo de sales de hierro y taninos. Ojalá se puedan seguir contando los años en botes de tinta y cuadernos.

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