Opinión

Vieja cesta de mimbre

Vieja cesta de mimbre
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Aunque ahí afuera suenan las desbrozadoras (el paisano acabaría con todos los incendios cortando todos los árboles), hoy es domingo. Y no debería trabajarse. Mañana volveremos a nuestras tareas sin suelo, como vigilantes de software en el mejor de los casos, tratando de inocular algo humano en estos procesos digitales que nos ningunean la existencia. Quizá por eso conviene agarrar algo hecho por otras manos. Para tocar al otro, al de antes, y sentir el contacto de algo verdadero en los tiempos de la desmemoria. 

Aprender de las cosas requiere preocuparse por sus cualidades, entender los procesos que llevan a construirlas. Así uno puede aprender a través de las cosas que la cultura material importa. Las cosas, los objetos, son de las pocas certezas que aún nos quedan. Encima de la mesa de la cocina, esta cesta es un memento de observación y talento ancestral. La cesta vino de la casa del tío Vicente, en el Castro, y me la llevé a vivir conmigo. En la mejor luna menguante de muchos inviernos atrás alguien cortó el mimbre y lo curó para después tejerlo hermosamente. En su urdimbre, toda una arqueología milenaria. La cesta tiene la boca ancha para transportar vegetales y un asa fantástica que se adapta a tu cuerpo como en los miles de cuerpos anteriores que transportaron cestas. El mimbre ha envejecido perfecto, con una oscuridad muy digna en las fibras. Tiene humildad campesina y la altivez justificada de saberse un objeto sabio. Procuro tener en ella frutas o vegetales frescos que pueden respirar sujetados por su regazo, que es como una gran mano extendida. 

Ahora que tengo un intento de huerto, llevo la cesta conmigo y recojo lo poco que hay para recoger. La apoyo en el suelo mientras me siento en una piedra a observar cómo crecen los plantones. Y cargo en ella la cosecha breve, pero tan alegre. En tiempos de robots factureros, una vieja cesta hecha a mano es un pasaporte a la salvación. En ella, la observación milenaria de los hombres y todo el saber trenzado de las culturas sucesivas. Ojalá alguien la siga llenando de cosas vivas cuando yo deje de estarlo.

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