Opinión

Viejas gafas de acetato

Viejas gafas de acetato
photo_camera Viejas gafas de acetato

Mientras escribo esto, cientos de retinas se queman por disparos de láser. Ninguna son las mías. De entre las fallas del cuerpo, he recibido el llegar de la miopía como una bendición. Una bendición porque las gafas son un complemento de autoridad y un recuerdo de que somos vulnerables e interdependientes. Hasta que llegue el bastón, las gafas pueden sofisticar nuestros días, completarnos y ser tan múltiples como nosotros. Por eso, siempre que necesito una nueva graduación, siempre que rebusco y encuentro, me traigo conmigo unas gafas distintas para enmarcar la cara y habitar un nuevo señor de gafas que me mire en el espejo con familiaridad y distancia nuevas.

Uso gafas de muertos. Gafas que otros no quieren y tampoco aparecen en ninguna parte. De entre todas, mis favoritas son estas gafas de viejo acetato, que tenían los cristales bifocales y ese aire de dignidad antigua. Podrían haber sido de Francisco Umbral o de Salvador Allende. Son gafas para trajes gris marengo y patillas floridas, que renacieron con una pequeña limpieza y son nuevas cada día. Están hechas de acetato de celulosa, ese termoplástico orgánico que la industria consiguió fabricar aislando un polímero a partir de la pulpa de madera o algodón. Antes de ser gafas, fueron árbol y antes de árbol, agua. Son unas gafas brillantes, con cientos de tonos y brillos cobrizos a pesar de su edad indeterminada. Son grandes, ciertamente grandes y se apoyan en la nariz con autoridad. Las bisagras metálicas de las patillas siguen abriendo y cerrando como en el primer día, aunque ya no se consigue leer la marca del fabricante. Apenas un par de números troquelados en lo opaco. Son gafas con pasado pero que no quieren recordar. Gafas con buen presente. Gafas conscientes, se diría hoy.

Al ponerme estas gafas que un día fueron árbol, recuerdo la complejidad de nuestra maravillosa biosfera. A veces, también me gusta pensar que, vistiéndolas, soy capaz de ver como los que miraron antes a través de sus lentes. El mundo era el mismo pero también era otro. Con ellas se ve todo más lento, más tibio, más cierto. Sólo se trata de querer mirar.

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