Opinión

PRÁCTICA ANTIDEMOCRÁTICA

Acabamos de saber, a toro pasado si se me permite la expresión coloquial, que el presidente del Gobierno recibió el pasado miércoles en el Palacio de la Moncloa al lehendakari del Gobierno Vasco, Iñigo Urkullu. Es la segunda vez, que se sepa, que Rajoy recibe sin luz ni taquígrafos en la sede oficial de la Presidencia del Gobierno a un presidente de una comunidad autónoma. En marzo hizo lo mismo con el de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas.


Seguramente, un presidente del Gobierno -Rajoy o cualquiera de sus predecesores- han tenido que mantener reuniones y entrevistas en la Moncloa, muchas de las cuales no salen a la luz pública, en algunos casos por discreción o en otros por una falta objetiva de interés para la opinión pública. Este último motivo no se puede argüir en el caso de las reuniones con Mas y Urkullu, porque ambos son los presidentes nacionalistas de dos comunidades autónomas, una de las cuales, Cataluña, ha planteado con toda claridad un órdago al Estado al querer celebrar el próximo año una consulta de corte independentista. En el caso del presidente vasco, acaba de anunciar que él también quiere llevar a cabo un referéndum sobre el futuro del País Vasco en el 2015.


No hace falta conocer mucho la idiosincrasia de Rajoy para saber que por él no hay problema. Si sus interlocutores -como ha sido el caso de Mas y Urkullu- le piden una reunión en secreto, él está encantado de aceptar ese formato. A Rajoy le molestan los periodistas, las ruedas de prensa, las preguntas incómodas y no digamos nada las impertinentes. De hecho, desde que en diciembre de 2011 llegó a la Moncloa han sido escasísimas las comparecencias públicas que ha tenido admitiendo preguntas de los periodistas. Prácticamente se han limitado a las ruedas de prensa que están establecidas que se lleven a cabo cuando es visitado o visita a un líder de otro país, e incluso en ese supuesto, el número de preguntas están limitadas.


En el deterioro de los usos y costumbres democráticos que se está produciendo en los últimos tiempos, uno de los aspectos más preocupantes es el referido a la tendencia natural de la 'casta' política a actuar con opacidad. La democracia se define esencialmente por ser un régimen de opinión pública y cuando se sustrae a esta el conocimiento de la actividad de los políticos, más cuando se trata del presidente del Gobierno, se está atacando a la propia democracia. Rajoy puede seguir el tiempo que quiera recibiendo de forma secreta en la Moncloa a los líderes políticos o autonómicos que le venga en gana, pero al menos que sea consciente que hace mal, muy mal en utilizar esa práctica que tiene claros tintes antidemocráticos.

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