Opinión

OLAS

Como era de prever, la ola ha seguido creciendo hasta llegar a la playa. Es lo que tienen las crisis y los cambios de ciclo. Los ciudadanos han optado por la alternancia democrática como la forma más natural de reducir, en estos tiempos de zozobra, la incertidumbre, el miedo y la falta de expectativas de mejora. Para ello han prestado masivamente su apoyo al PP. El pueblo es soberano y siempre –repito siempre- tiene toda la razón.

El pueblo ha otorgado a la formación que preside Mariano Rajoy el mayor poder político que un partido ha tenido en la corta historia de la democracia en nuestro país. El PP tiene todo el poder en el Estado, las CCAA, gran parte de los ayuntamientos, el resto de las instituciones y dispone de la máxima capacidad de influencia en los ámbitos mediático y económico. Se acabaron, por tanto, los eufemismos (“depende”, “como Dios manda”…) y la propaganda que hasta ahora llenaba los amplios vacios de su oferta política. Se acabó hacer oposición a la oposición. Toca enfrentar la gestión de la crisis en España, Galicia y Europa y contar, cuanto antes, cuáles son las recetas.

Y también evitar la tentación de patrimonializar el gran poder público que ostenta, creando tramas de redes clientelares, tal como ha ocurrido en Valencia y Madrid. Rajoy debería prevenirlas y rechazarlas explícitamente -hasta ahora no lo ha hecho-. Y no darse por aludido ante las muchas voces que reclamarán lo que creen “les corresponde”, en base a la gran ayuda prestada durante estos 8 años para sacar a los socialistas del poder.

El PSOE ha perdido votos, por la derecha, entre los que han entendido que no ha sabido gestionar la crisis económica y, sobre todo, por la abstención y la izquierda, entre los que han creído que su política en la última legislatura no fue muy diferente a la que pudiera haber aplicado el PP. Estos últimos tendrán ahora la oportunidad de comprobar si estaban o no en lo cierto.

Pero, por muy dura que parezca la derrota, el partido socialista no debe caer en el error de la catarsis meramente nominal. En cambiar sólo los nombres y los equipos. El análisis de la realidad que Rubalcaba ha realizado en campaña es, a mi juicio, el correcto. Las propuestas en cuanto a política europea, progresividad fiscal, priorización del gasto en los servicios públicos esenciales… hubieran sido bien entendidas por la ciudadanía sin el lastre de la gestión de la crisis que estas arrastraban.

Toca cambiar el modelo, en la línea del partido socialista francés. Los ciudadanos que son su base real, que comparten en sentido amplio sus valores de progreso y justicia social, deben ser convocados y estar presentes desde el principio en la necesaria renovación de la socialdemocracia en España, en el debate sobre los problemas sociales, las propuestas y la elección de candidatos a los siguientes procesos electorales. Deben sentirse protagonistas de la política para que ésta se impregne de las necesidades de la gente y pueda ser comunicada con eficacia y credibilidad. La llamada “vida orgánica” conviene que deje paso a la máxima apertura a la sociedad.

El PSOE debe ser leal en la oposición como siempre lo ha sido. Dispuesto a pactar las cuestiones de estado, cada vez más numerosas: Europa, política antiterrorista, sostenibilidad de los servicios públicos… A pesar de la legimitidad que tiene para hacerlo después de sufrir durante casi 8 años una oposición cainita e irresponsable, no es momento de huidas hacia delante por la vía fácil de la indignación sistemática. Pero sí de responder con contundencia a la falsedad, a la desigualdad, al abandono de los más desfavorecidos y a los intentos de reducir la calidad de la democracia tanto en las instituciones como en los medios públicos de comunicación.

Es hora, en todo caso, de arrimar el hombro todos desde nuestra personal ocupación. Cualquier esfuerzo será poco para que el país resista el empuje de la gran ola que sigue amenazando con inundarnos después de la jornada electoral.

Te puede interesar