Opinión

Aviones roqueros, ríos deshumanizados

El río de Pontón a su paso por A Boutureira, ayer.
photo_camera El río de Pontón a su paso por A Boutureira, ayer.

Han vuelto a los dinteles del edificio trasero frente al colegio As Lagoas las bandadas de aviones roqueros, esos hirúndinos, de la familia de las golondrinas, aviones y vencejos. Hacía tiempo que no concurrían, a veces ni ejemplares solitarios, pero ahora parece que asentados en sus reposaderos donde se expurgan de todos los ácaros que los parasitan. Estas aves, migratorias en ciertas latitudes, aquí estacionarias, anidan en las oquedades de acantilados, de ahí lo de roqueros, que es la temporada en que son menos gregarias; también pueden anidar en los edificios construidos por el hombre. En sus reposaderos de los que se ausentan a medida que el día progresa hacen rápidos vuelos para atrapar a todo cuanto insecto puebla el llamado placton aéreo, que para nosotros casi invisible, También en tierra firme se alimentan de arácnidos, moscas, escarabajos, porque, al revés de sus parientes los vencejos pueden remontar el vuelo desde las planas superficies lo que imposible para aquellos de alas de más envergadura y patas más cortas, que por el estío pueblan los aires a determinadas horas, cada vez menos numerosos. Un espectáculo el vuelo de estas aves, los giros repentinos, lo de volar a toda velocidad y no estrellarse contra los muros, evitando las vidrieras que no los confundirán o al menos nunca he visto que alguno se estrellara. Una fortuna gozar de estas aves de color ceniza y pectoral blanco que muestran una cola en abanico que les hace dar esos giros increíbles. No me los imagino, por la rapidez de sus movimientos, que puedan ser presa del gavilán, la lechuza, el búho o el halcón.

Paseante habitual de las orillas del ciudadano Barbaña reflexiono como se ha canalizado, o amurado en este caso, para ser suaves en la apreciación, cuando podrían haberse terraplenado los márgenes con ajardinamiento y árboles que no sería preciso plantar porque nacen espontáneamente. Sería un vergel ciudadano y relajante que ahora no es. ¿Pero, qué digo? En las avenidas o riadas se arrasarían la yerba, los árboles… pero se haría más humano un entorno que ahora artificial. El río que nace apenas a una veintena de kms allá cerca de la aldea de Neboeiro, en las postrimerías del verano se seca aguas arriba de Calvos, o un poco más abajo, y no mentemos a su afluente en O Polvorín, el río de Pontón, al que se prefiera llamar como río Muiños, río Vilaescusa o río Barbadás, que apenas retiene aguas en la presilla de los Patos, en A Valenzá, donde conviven los salvajes ánades reales, azulones o alabancos, con especies domesticadas como las ocas, los patos domésticos y disputan el alimento con las oportunistas palomas. Cuesta pensar, si uno no lo viviera, en la gran avenida de las postrimerías de los años 40, que ahogó a varias personas y formó una gran laguna por Os Ponxos-Polvorín. Vicente Risco plasmaría en unos dibujos a lápiz la dimensión de la riada, atestiguada por una inmensa bola granítica como de una casa de dos plantas, asentada en el rellano de la aldea de Muiños por muchos años, arrastrada desde centenares de metros arriba, y de molinos derruidos, testigos de la magnitud de aquel desastre natural donde las aguas se acumularon de tal modo por encima de A Mezquita, entre Outeiro da Moa y Castelo da Mezquita, en una gran tormenta de verano que ya produjeron inundaciones en las nacientes en Compostela y Campos. Este río al que algún temerario el nombre de Barbañica dio y que por efecto dominó siguió llamándosele así, incluso en este medio. En este río se pescaban bogas, alguna trucha cuando aún existían los cambones (largos postes de madera, que giraban en su centro de cuya punta una pértiga de la que colgaba un caldero de cinc y en la otra punta un contrapeso) para extraer agua para regar los huertos ribereños, había presas antes de los molinos, se pescaba alguna trucha o se hacían sueltas de alevines que nunca prosperaban como una del entonces ICONA (Instituto de Conservación de la Naturaleza) con Arturo Baltar como impulsor de la idea y testigo de la suelta, cuando el escultor pasaba estancias de inspiración en su casita de la pequeña aldea de Os Muiños, de la que solo habitante. Una ilusión ésta de peces en el río que nunca prosperaría.

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