Opinión

Buscando la felicidad de los demás hallé la mía

Proverbio del que tanta realidad se saca que no contiene vacilaciones como del refranero se deduce. Ignoro de quien viene. Hay que pensar que extraído de la vida misma y que si a un autor le correspondiese lo habría, lo que se dice, puesto en valor o difundido. Lo de menos a quién se atribuya, lo de más, el contenido. Si examinamos nuestra vida, más satisfacción hallaremos en el dar que en el recibir.

Pasan unos ambulantes motorizados a la procura de chatarra de la que viven, pero es tal su osadía que introducidos a donde tienes los sobrantes, metálicos o roperos, fuchicarán y todo lo que vean lo demandarán con insistencia. Ahí te sientes como si te desprendieses de lo para ti superfluo, que a muchos llenará para la propia satisfacción, pero que lo que de verdad valora el humano no es desprenderse de lo superfluo que sí, si no de lo que posees y significa para ti; desprenderse de las sobras no da, me parece, satisfacción.

Creo que deberíamos dedicarnos, allá donde la cobertura social o institucional no llega, a la palabra y los hechos, por ejemplo, para con esos que errabundos vagan por las ciudades, sin techo, al modo de los clochars parisinos, a los que aún quedan los puentes para guarecerse; los de las ciudades, buscarán cualesquiera huecos o vanos para pasar la noche, entre cartones, y cubiertos de alguna manta; unos hacen morada perpetua, pero lo común es que erren de acá para allá sin fijo cobijo, porque la beneficencia institucional no les dará asilo sino provisoriamente.

Las mentes de todos estos desheredados se van horadando, deteriorando, y aunque inmersos en ese aislante bullicio urbano, nunca encontrarán el apoyo de unas palabras del ciudadano indiferente y que acalla su conciencia diciéndose que para esos están las ONG, y que si se paran, conversan, recibirán la incomprensión de estos marginados de la vida. En una rueda imparable a cada día que pasa, el deterioro físico se sumará al de las mentes y nosotros, fríos burgueses, caminaremos indiferentes a su pobreza tranquilizando nuestra conciencia, con eso de que para dar están las ONG. Algunos dicen que si les damos fomentaremos la pobreza y la subsiguiente marginalidad, pero uno debe animarse a trabar conversación donde vale más una palabra que cien limosnas y lo que no cuesta nada lo ahorramos tranquilizando, si de verdad, nuestras conciencias.

Algunos se encuentran a la puerta de panaderías y tiendas de alimentos y supermercados donde ya ni vocean pidiendo algo, si no como en un nirvana permanecen relajados, otros deambulan incesantemente, se alimentan en los comedores públicos y pasarán la noche con más insomnios y vigilias que sueños, que ni capacidad les queda para salir de ese laberinto de la pobreza del que las consecuencias siempre devienen en una inadaptación social. Salir de ese estatus es como querer evadirse de un agujero negro que nos está tragando. Entonces, ¿cuál es el remedio, lo hay?

¿Qué podemos hacer como ciudadanos?

He visto en pequeños núcleos aldeanos como fueron asimilando a sus pobres, aunque raros los casos, porque a pequeña escala es todo más perceptible. Algunos allende nuestras fronteras hallaron en su deambular cobijo asentando sus autocaravanas cuando las tenían, en el medio rural, del que rescatados dándoles trabajos camperos, en algún aserradero o un oficio a la construcción ligado o a la misma tierra. Estos grupales miserables se han redimido de la pobreza, comprado sus terrenillos, auxiliados por la vecindad rural, que todavía conserva los vínculos de hospitalidad perdidos en el marasmo urbanita.

Un amigo, de los que adeptos al titulo arriba enunciado, se paró por acaso con un joven sedente a la puerta de una panadería al que le dejó unas monedillas, que el demandante recibió con gratitud, y parándose con él sintió que estaba delante de un desheredado, que por no laborante a causa de varias enfermedades, se hallaba en esa situación, durmiendo donde cuadra y alimentándose de social servidor de comidas. Una charla de la que devino, que más aliviado pareciese por conversar que por recibir unas monedas y más gratitud para con el interlocutor que le donaría con una mochila de esas que aprecias que portaba, para librarle de la servidumbre de una bolsa incómoda para ir vagando de acá acullá. Más satisfacción le deparó la dádiva al amigo que si fuese receptor de ella. Sintió el amigo tal goce de la charla entre iguales más que las entregadas limosnas.

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