Opinión

Caminando por la guardesa costa, rememorando su historia

Panorama desde el castro oriental del Tecla, de las marismas del estuario del Miño.
photo_camera Panorama desde el castro oriental del Tecla, de las marismas del estuario del Miño.

Si del mismo Vigo salieses acabarías costeando uno altero pede, o sea caminando, esas riberas de la mar Atlántica, por la ría de Vigo, la de Baiona y las de la mar abierta rocosa, ésa hasta A Guarda, de escasas calas.

El itinerario vigués hasta Baiona repleto de ciclistas, caminantes, maratonianos, donde me pareció que conviviendo todos sin molestarse, obviando a los numerosos ciclistas de carretera, que en grupos o en solitario sin molestar, salvo a los coches, transitan a más velocidad por la opuesta margen de este vial habilitado hasta la misma A Guarda donde los peregrinos del camino portugués del iter per loca marítima o sea, itinerarios por la costa, se hacen visibles.

Esos montes que alcanzan en su cumbre los 659 m. constituyen una ladera de pinares desde la Rocamar de Baiona hasta la misma A Guarda, por tales las sierras de a Groba, Argalo o montes de Oia que separan la costa de los feraces valles miñotos de O Rosal, Goián y Tomiño. La costa, andropizada en exceso en los últimos tiempos entre Mougás y Oia, es una delicia visual pasando por Rocamar, Cabo Silleiro, con ladera de inutilizadas baterías costeras, un trasto en las guerras de hoy, con función en su día, como esos castilletes costeros que en Portugal llamados fortes. La vía bici-peonil paralela a la carretera se aparta de ella en Oia para ver el monasterio benedictino de Santa María e ir a la vera de la costa con la carretera poco más arriba.

A Guarda, al cobijo del norteño costado del monte Santa Tecla que ahora dicho Trega, según un experto me corrige porque yo empecinado en Tegra, y en los mapas Tegra también, agrandó su puerto donde las embarcaciones al abrigo de las bravas aguas del abierto Atlántico, cuando salen a faenar no pocos riesgos afrontar deben.

Nos encontramos en Pasajes, porque de paso del estuario desde Caminha, lugar de la parroquia de Camposancos, una derivación de Camposantos, me parece. Los ferries o transbordadores continúan su travesía; la costa hasta la misma desembocadura del Miño, arenosa, luego rocosa, cuando los caminos de roca y arena, sustituidos por pasarelas maderables donde vemos que los cerdos vietnamitas encerrados a la buena de Dios ya no hocican entre las yerbas: los han erradicado del inapropiado lugar; la pasarela circunvala parte de la costa en cuya punta dos chimeneas aún subsisten de la que fue industria ladrillera o de tejas. Un cuasi tropical ambiente nos obliga a buscar sombra en llegando a los portuarios arrabales de a Guarda, villa que también se ha urbanizado embelleciendo sus riberas hasta donde un castillete costero, lindando con heliopuerto. La villa entre otra cosas, de cocinas afamadas por sus mariscos; una calle mayor semi peatonalizada donde más locales cerrados que abiertos, y un mercadillo solidario donde muchos libros y que bien atendido, nos pareció, de voluntarios, no así de compradores, es de creer ya que el calor invitaba más al refresco playero en la cercana ribera derecha del fenecido Miño, a donde llegaríamos para libar más que a cafés, que sí, a gaseadas y frías aguas en la terraza del club Tenis Codesal, que uno recuerda con dos pistas y ahora relanzado a cuatro y una polideportiva, con piscinas, cuando por la mañana los monitores en actividad con abundante alumnado, que luego ido, y aunque vaciadas las pistas, por ningún jugador ocupadas dado el calor.

Era como de obligado cumplimiento subir al Trega por esos senderos del costado sureste pero la canícula lo desaconsejaba, unido más que a la prudencia a la falta de ganas. Así que hallados en coche hubimos de pasar la aduana dineraria o portazgo de 1,50 euros per cápita, que choca un poco, pero que luego como que te da derecho a paso gratis al museo castrejo de la cima o al mismo castro que semi circunda las laderas oeste, norte y este de una fortificación de referencia en el noroeste peninsular, que levantada en el siglo II A.C. cuando ya los romanos en la Península aunque sin consolidar su dominio hasta el desembarco del mismísimo emperador Octavio “Augusto”. Castro paulatinamente abandonado a medida que la pax romana se asentaba y sus pobladores, más de 3.000 en su apogeo, iban descendiendo a las riberas miñotas donde las condiciones de vida eran suaves y les permitían labores piscícolas y comercio con sus vecinos lusitanos de la ribera izquierda.

El decurso a ruedas por O Rosal, Goián, Tomiño; un recorrido entre viñedos y huertas y más casas que se ven proliferar cada lustro que por allá pasas; en llegando a Tui, la capital episcopal de una a modo de provincia medieval del mismo nombre, cuando Galicia contaba con más de cuatro, siempre de obispos poderosos entre la oligarquía gallega, señores de la guerra no pocos, lo que se vislumbra o deduce del aspecto de fortaleza de su catedral. En Tui señoreó el más conocido de la nobleza gallega, aunque bastardo, el celebérrimo Pedro Alvarez de Sotomaior, conocido por Pedro”Madruga” por lo que se apresuraba con las primeras luces del alba en cercar castillos, dice Vasco da Ponte, su más reconocido biógrafo. Pedro Madruga era señor de Sotomaior, de Tui y Conde de Caminha, emparentado con la realeza lusa; acaudillando a las tropas señoriales, con sus refuerzos lusos con novedosos arcabuceros, vencería a Os Irmandiños, juntamente con el arzobispo Fonseca, el conde de Benavente y el conde de Lemos, unos dicen que en la batalla de Belvige, alrededores de Santiago, aunque tal vez en el mismo centro de la ciudad, en la hoy plaza de la Almáciga, entonces campo, a pocos centenares de metros de la catedral. Se ajustició a varios de los caudillos de la revuelta Irmandiña, pero apenas se castigó a los derrotados obligados, eso sí, a levantar las fortalezas derribadas, a las que a muchas no les llegó la reconstrucción porque ya los Reyes Católicos empezaron a desmantelar a la incontrolable nobleza gallega, con el mismo Pedro Madruga muerto o más bien matado de forma misteriosa en castellana fortaleza al oponerse al dominio real, cuando otros nobles se sometían y empezaban a reconvertirse en palaciegos parásitos.

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