Opinión

Por esos caminos de la medieval Galicia

Esta formidable corredoira entre carballos, cuya antigüedad no sabemos, unía la alta Limia con las tierras de Arnoia, como una de los exponentes de la red viaria.
photo_camera Esta formidable corredoira entre carballos, cuya antigüedad no sabemos, unía la alta Limia con las tierras de Arnoia, como una de los exponentes de la red viaria.

Acabo de releer, por tiempos, esa separata del Boletín Auriense que fue tesis doctoral de Elisa Ferreira titulada “Los Caminos medievales de Galicia”, de abundante bibliografía, donde hace una exhaustiva exposición de lo que fueron las vías de comunicación, en un recorrido por todas o casi de un territorio rico en ellas, plasmado en documentado libro acompañado de mapas que parecen manuscritos, adjuntos y sueltos.

No me resisto, aunque sea copiando, a las numerosísimas denominaciones para toda clase de caminos, de los que ella hace mención. El libro, regalo en su día de esa incansable y cultivada fémina inquieta y andariega que fue Elvira Cuevillas, sabida mi afición a las tales vías, fue muy celebrado porque me introducía, en cierto modo, en un mundo explorado un poco a la que saliera cuando eso que llamamos senderismo aún en pañales por aquí, por lo que había de hacerse acopio de intuición, conocimiento del medio y tomando referencias a la salida porque sucede que si desde una aldea emprendes un camino, como tantos accesos, si tomas el equivocado puedes derrotar hacia donde menos lo esperas; así que salir de un lugar, aldea, pueblo o villa era lo más complicado antes del balizamiento. Ogaño con los medios tecnológicos todo se torna más fácil con estos llamados GPS y todas sus aplicaciones que distraen un tanto y subordinan la mente, aunque no siempre, al aparatito o móvil telefónico. Sea como fuere, los caminos son como las venas o arterias que posibilitan el quehacer humano, hoy tan accesibles, antaño tan cuidados como hoy las carreteras, gran parte de ellas superpuestas sobre viales medievales y aun romanos. Estas vías que nos comunicaban entre aldeas, burgos, lugares, y con la meseta por medio de caminos reales, de arrieros, de maragatos, y esos que traían a los zamoranos para asentarse ya en Verín, Xinzo o la capital, o a los astures de Oscos o Taramundi o la limítrofe lucense, Ponte Nova, para establecerse como comerciantes del hierro y aun banqueros.

Los nombres de los caminos, familiares para casi todos, se amplifican con otros tantos procedentes de los localismos en los que Galicia abunda:

Se exponen algunos breves ejemplos como Verea, vereda, brea, que yo oí por primera vez allá en la Verea Velha de Celanova a Allariz, de boca del entonces concejal de cultura Antonio Blanco, por tratarse de caminos públicos para carros, caballerías y viandantes, de aquellos cursus publicus o carros llamados veredi, o también podría derivar del latín vheo, transportar o llevar a caballo o en coche o en persona.

Vieiro, que de via viae, del que numerosas denominaciones, algunas de Vieiro grande o pequeño, como Xeira, en portugués Geira, ese tramo de la vía romana bracarense, que penetra por Portela do Homem, que por hacerse en un día, nombrado xeira o jornada.

A mí me llama la atención lo de carril, carral, carreira, corredoira, que denominaciones para señalar a caminos de carro, a veces con la huella, rodeira, de la rodadura o desgaste en las losas de granito o aun basalto como en las tierras de Queixa, lo que acredita la importancia de estos caminos.

Lo de curripa para camino abandonado por falta de tránsito, y, por tanto vegetado, ya no me suena tanto.

Porta, portela, portaje o portaxe, portor o porteiro, de uso en mapas, que a veces cometen errores de nombres o los desvían de su emplazamiento real, pero poco oído salvo para Portela do Homem, Portela de Pitoês, Portela de Aguiar, en la frontera ourensana-leonesa, y muchos más.

Rúa, el tan empleado, también castellanizado, que acaso derivado del latín rudus, que era esa capa última con que se cubrían las calzadas romanas, empleado para denominar una calle tanto en gallego como en castellano.

En cuanto a los puentes, la pontella, ese puente apoyado en piedras, de madera casi siempre, que iba a veces asociado a un vado, por donde, por la poca profundidad, lo arenoso o encoiado, podían pasar caballerías, ganado en general y personas, sin riesgos de ser arrastrados por las corrientes.

Los puentes, románicos en su mayoría e incluso con basamento romano, son los más abundantes. De entre los romanos sobresalen esos tan nombrados de ponte Bibei, entre Larouco y Trives, o Ponte Freixo, entre Celanova y Cartelle; dos milenios resistiendo el primero el tránsito de carros, personas, ganado, y de pesados camiones, desde cuando los vehículos a motor, que acredita lo magníficos constructores que eran las gentes del Lacio, y el segundo puente, el tránsito de todos, tiempo hace. Los puentes sufrían más de un derribo por embate de las aguas a lo largo de los siglos; la nuestra Ponte Vella, varios, lo que evidencia que no fueron reconstruidos respetando los cánones de la romana ingeniería sino los estilos imperantes en cada siglo.

Muchos caminos en este noroeste ibérico el que más municipios tiene de todo el hispano país. La datación de todos es lo que intentó Elisa Ferreira, que algunos le quedarían sin inventariar, como ella misma confiesa. Para los que por ahí rodando vamos se recomienda este libro indispensable para saborear todos esos viales por los que perderse, a veces sin planificación, añadiendo la sorpresa de lo novedoso, que unos valoramos más que otros.

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