Opinión

Carmen Laforet y Ourense

Ricardo Outeiriño, Isidoro Guede, Alejandro Outeiriño, Rosa Cajal, Flora Míguez, Chicho Outeiriño, Carmen Laforet, Socorrito Rodríguez y Marilé Outeiriño (ahijada de los Cerezales-Laforet), cuando la ya famosa escritora visitó en los años 60 las dependencias de La Región, en obras.
photo_camera Ricardo Outeiriño, Isidoro Guede, Alejandro Outeiriño, Rosa Cajal, Flora Míguez, Chicho Outeiriño, Carmen Laforet, Socorrito Rodríguez y Marilé Outeiriño (ahijada de los Cerezales-Laforet), cuando la ya famosa escritora visitó en los años 60 las dependencias de La Región, en obras.

Marcaría un hito en la narrativa novelística española del siglo XX la escritora catalana de la que ahora se cumplen los cien desde su nacimiento en septiembre de 1921 en Barcelona, de esta nómada que a los dos años se encuentra con su familia en Canarias; a los 18, en los comienzos de los años 40, con una Barcelona arrasada por la Guerra Civil cuando va a cursar estudios de Filosofía a la Universidad, agobiada por las estrecheces de la urbe catalana, la cual, sometida por el hambre, el racionamiento, la escasez, se ve compelida a salir de nuevo, esta vez hacia Madrid, donde estudia Derecho y pare su más célebre novela a partir de sus vivencias en la ciudad condal: “Nada”, una narrativa novedosa que podría ser tachada de autobiográfica y que, inesperadamente, se convertirá en el primer Premio Nadal. A partir de la publicación y premio entra en una crisis existencial en la que se negará a cualquier entrevista, coloquio, tertulia, conferencia, como abrumada por el peso del premio de una narrativa novelística que retrata la Barcelona postbélica, convirtiendo su relato en un icono del feminismo, aun antes de que por una Europa que mascaba la guerra, el poeta Flauvert fuese como a modo de portaestandarte de aquel movimiento, y también mucho antes de que la misma Simone de Beauvoir, insigne literata, sempiterna compañera del filósofo Jean Paul Sartre, fuese seña de identidad del feminismo.

Laforet en Madrid conoce al periodista ourensano Manuel G. Cerezales, quien después de hacerle una entrevista traba tal nexo que se casa con él y tienen 5 hijos, cuando prácticamente había abandonado el arte de escribir. En esta infecunda etapa literaria, su marido, que había sido director de los periódicos Informaciones, de Madrid; España, de Tánger, y de la revista Misión, impresa en Ourense y Pamplona, a donde le envía el fundador director Ricardo Outeiriño, reforzándole pronto con Vicente Risco, es cuando asume, luego del paso por esos diarios, la dirección de Faro de Vigo en los años 60 y trae a su familia a veranear a Cangas, previo paso por Ourense donde se alojan por unos días en la casa familiar del entonces director de La Región, Ricardo Outeiriño, que a la sazón tenía 15 hijos y que invitaba a los de Carmen y Manuel que de paso se quitaban ese poso madrileño de capitalinos, en contacto con los semi campestres. Fueron días de muchos ocios, bromas, visitas a las tertulias del Roma, a La Región, en compañía de Rosa Cajal, una escritora que bajo el pseudónimo de María Morgan escribía para Bruguera relatos cortos de indudable éxito. Instalada en el veraneo de Cangas, con el marido trabajando en el Faro y los hijos de Outeiriño pasando el estío en Playa América, frecuentemente en las tardes hacían excursiones ambas familias ya a las tierras del Miño por el Sobroso, donde recibidos por Manuel Carrera, corresponsal del Faro en Porriño, y amo entonces del castillo del Sobroso del que contaba maravillas entreteniéndonos con las historias, reales o de ficción, de Pedro Madruga, su más famoso noble; las ferias del vino ribadaviense tampoco fueron ajenas a estas salidas, así como otras incursiones ya por Valença, Caminha, A Guarda o Cambados. Eran tiempos de familiar juntanza, hasta que esta inconformista, después de un largo destierro de las letras que incluso en su aislamiento no contestaba a las cartas de Juan Ramón Giménez, el autor de “Platero y yo” que le escribiría: “Acabo de leer ‘Nada’, primer libro de una muchacha y en particular suyo… está hecho, es claro, de pedazos entrañables con todo lo que hace la juventud con tanta jenerosidad (entonces iba sin la g) de ofrecimiento público. En los libros juveniles siempre hay algo de religioso, esa fresca jenerosidad de una novicia libre y, en su caso, de una novicia de la novela…” Y sigue: “Mi mujer, Zenobia, y yo hemos leído el libro del que le ruego me envíe tres ejemplares para que puedan ser traducidos y publicados aquí (Juan Ramón estaba exiliado en Estados Unidos). ‘Nada’ es de aquí, de hoy y de mañana”. Toda una loa de un premio Nobel.

Admirada, entre otros muchos, por Sénder, Delibes o el mismo César G. Ruano que con ella contendió en el Premio Nadal, volvía a sumergirse en la literatura saliendo de esta sequía literaria gracias a sus artículos en Destino, la editorial que publicó su novela, con colaboraciones en muchos periódicos de gran tirada hasta publicar en la madurez otras novelas: “La Isla de los demonios”, “Insolación” que con “Al volver de la esquina” iban a componer una trilogía no suficientemente estudiada, como ahora pretenden desde el Instituto Cervantes sus hijos Cristina y Agustín, el segundo con una trayectoria literaria destacable. En otra novela, “Una mujer nueva”, Laforet la crea como para sacudirse de este huir de sí misma más allá de nada, como dice El Mundo, con un coste personal elevadísimo, pasaría por fases en su vida personal, separada, viajera por esos mundos, asentada en Roma, amiga inseparable por unos años de la famosa tenista aristócrata Lilí Alvarez con la que se cruza innúmeras cartas y que la hace entrar en un misticismo religioso para quien nada pragmática y que un tanto por el libre agnosticismo transitaba. Estas fases vitales convierten la vida de Carmen Laforet en una sucesión de enriquecimientos paralelos, pero nadería a posteriori, si no fuese que iría sacudiéndose de ese nihilismo que la oprimía para concebir obras más maduras que la de su primera juventud, aunque acaso sin ese impacto que en su día tuvo el Premio Nadal.

Solo la progresiva pérdida de su memoria acabaría con la vida de una de las creadoras, a pesar suyo, del pensamiento feminista que, sin reivindicar ella ni de lejos, subyace en su narrativa novelística.

Te puede interesar