Opinión

Desparrame floral

Las rosas despliegan su fragancia, los lirios la suya, el azahar también, que estas plantas” domesticadas” hacen de la tierra un jardín. Echo de menos la trepadora glicinia, de ese azulado esplendente, aunque abrumadora cuando despliega su retorcido tronco, o el rododendro, o los gladiolos que nuestra madre con amor cultivaba con las azucenas o las petunias que nunca adornarán con sus flores la familiar finca donde Marilé, de las pocas hermanas cuidadoras de jardín, le ha tirado más que por las rosas, los lirios, las dalias, los crisantemos, las camelias, las blancas o rojas adelfas. Ella presume y se detiene en sus flores, las poda poco, sobre todo los rosales, y en cambio se hace temible con sus tijeras telescópicas si tiene que erradicar alguna planta que no va con su estética jardinera. La glicinia, el rododendro o la trepadora enredadera o el gladiolo o la azucena materna, o la curativa manzanilla o la ruda nunca formarán parte de su catálogo floral donde experta en hacer ramilletes ribeteados de hiedra que donará al menor pretexto a parientes y amigos, o si se terciase, a vecinos u ocasionales visitantes de su compartido residir ya en Vigo ya en Ourense.

Uno que prefiere lo silvestre a todo lo domeñado por el hombre, admira el florecer de los grandes árboles y por su capacidad de asombro admira que en tan poco tiempo las antes desnudas ramas, invisibles ahora por las frondas que las esconden de la mirada. Muy en breve lo que antes desnudo ahora cubierto como si la precursora mimosa por efímera en su floración no diese aviso suficiente de lo que la naturaleza aguarda para esa explosión primaveral en la que siempre me impacta la flora trevinqueña de sus plantas, de sus arbustos en un muestrario único que cuando los brezos y los carqueixos se conjugan dan esos matices de multicolor de alfombra. Subiendo desde el lago de Sanabria al de Sotillo, aunque éste contenido por una presa para hacerlo más grande, la impactante flora de las descritas, unidas a las que te va encontrando en la subida de esplendentes brezos rosados y blancos, retamales amarillos y blancos, lirios, gamones, carrizos y lotos en las zonas asulagadas como en la somera laguna de Carros, aunque menos gencianas y si la vinca per vinca de las Trevincas de las que tomado acaso el nombre y el asfodelus, dicho gamón, amén de los carrizos que colonizan estas glaciares lagunas. Hasta la barbaridad de 1.500 especies vegetales conviven en las Trevincas donde te puedes enredar en los piornales o retamales del flanco oriental de la laguna de El Hacillo, que no Lacillo, o transitar por el costado norte y oeste del lacunar que más turbera pareciere. Taxones endémicos, helechos en medio de un mar de rosados brezales que en demasía colonizan, mientras el musgo de turbera omnipresente o el botón de nieve y la más escasa drosera o planta carnívora.

Ir a las Trevincas o por los abundantes lagunallos de la sierra Calva, los más escasos de la Segundera y los más grandes de la Cabrera y los raros de las sierras da Mina y O Eixe, todas conformando el macizo; es como un desparrame del que insaciables los sentidos por más fechas de que dispongas para hacer incursiones por estas cumbres.

Para acceder a estos santuarios montañeses o bien por O Barco, Casaio, Fonte da Coba, o por Vilanova, da Veiga, desde o Trisquel donde gozarás de la compañía o cuando menos de los consejos de Cholo, ese montañero ermitaño que después de recorrer las cordilleras de medio mundo ha recalado, decenas de años ha, en este espacio único que él mima como nadie asistido de Marcos, o desde la Laguna de Sanabria o lago de Vilachica o de Castañeda, subiendo por los Cañones del Tera, por la laguna de los Peces, o incluso por los senderos del Pico del Fraile o de la laguna de Cárdenas, o por la aldea de Porto pasando por las lagunas de Ocelo, A Serpe e irse a la Trevinca. Muchas rutas a placer de montañeros con Pena Trevinca, a poco más de una decena de kilómetros de cualesquiera de estos puntos ascendiendo a sus 2.127 metros.

Uno se emociona en demasía en cuanto a la naturaleza se refiere y con repecto al Gerês o las Trevincas dividiría sus amores entre la primera de un impactante roquedo, y la segunda de unas lagunas glaciares, valles y esplendente flora.

Marilé nunca cultivaría flores silvestres (tampoco podría ya que precisan de suelo especial) empapada como está de las ornamentales urbanas, ni oirá el cauculus canorus o cuco que en medios más rurales se ha dejado oir por estos pagos al reclamo de pareja que depositará descendencia en ajeno nido.

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