Opinión

El amarillo de las mimosas

Anda la primavera rondando y ya esos árboles frutales que son los peladillos que ahora llaman nectarinas, y también los prunos, aunque algo disímiles, muestran las primeras flores, precediendo en días al níveo florecimiento de los ciruelos.

Por los alrededores, en las montañosas faldas, el inimitable amarillo de las mimosas contrasta sobre el verdor formando un panorama digno de ser admirado, que para los que viajen  en tren, reflejándose en el río Miño, allá por donde se remansan las aguas de Castrelo do Miño o las de Frieira, o para los que vayan en coche hacia Vigo, ocupando todas las laderas, ya inmediatamente de salir de la ciudad. Si no fuese que la mimosa contituye plaga y donde crecen nada prospera bajo su umbría, habría que aumentar el manto amarillento por todos los montes, que ahora mismo acaso lleguen al 5% de toda la superficie arbórea. Admiramos el Jerte, en Cáceres, por abril cuando los cerezos, que casi un millón plantados,  siembran el valle de un  blancura tal que más nevado paisaje pareciere, sobre todo cuando se baja desde el puerto de Honduras viniendo desde esa villa de origen judío que es Hervás, en el otro valle. Yo me quedaría con el amarillo de la mimosa, que referencia al oro y a las doradas espigas hace, todos signos de prosperidad… pero la mimosa lo sería de extrema pobreza para el suelo. Esta invasora ha tomado la provincia por tierras del Miño y Sil y las del sur de Pontevedra, aunque casi ajena en el norte de las pontevedresas, lucenses y coruñesas tierras. La autovía a Vigo ahora mismo un vergel incomparable, al modo de un Jerte teñido de amarillo que no tiene parangón, pero tan efímero que en pocos días estará mustio.

Ando por tierras de Lalín, de tanta gastronomía, que tiene como plato estrella el cocido; así que si vagas por ahí a la búsqueda de restaurante o posada hallarás que el cocido es plato de obligado cumplimiento, como omnipresente. Incluso después de caminar por sus muchas y pedestre rutas, parece que obligado rematar a cocido. Nosotros de avistamiento de una ruta caímos por el llamado  Castro de Doade, cuyo poblado núcleo, todo de restauradas casas funciona a modo de un centro etnográfico, incluso gastronómico; es la llamada Casa do Patrón, que rige la pontevedresa Diputación, que tal no viera con ese nombre en parte alguna. Aquello lo tienen bien promocionado y por la semana raro no se vea algún autocar. Otros excursionistas llegan dispuestos a andar una ruta de 15 km. en la que abundan puentes, molinos, hermosos caminos fluviales y que se puede rematar en el castro o a manteles en la misma Casa do Patrón. Pues allá, por una de esas casualidades, nos encontramos un día cualquiera con un más que tropel de gente que más para ver, comer y algo caminar. Saludamos, entre otras, a Carmen Canal, Carmen Legido... vemos a Víctor y como él, solo unos cuantos, triplicados por las mujeres de esta asociación llamada Aulas de la Tercera Edad; lo de aulas  me suena bien porque mucho de instrucción tienen estas, pero cambiaría ese demoledor Tercera Edad por lo de mayores o hasta senior, o inventaría otro. No sé quién ideó la palabreja tercera edad, sería para reducir a los en ese arco de edad, a la nadería, y uno no deja de pasmarse por los ánimos que despliega todo este colectivo, que sus ventajas tiene cuando a esa edad llegas, de que las cosas te invitan a la detención, al estudio, a la admiración, que cuando joven pasabas por ellas más que de puntillas. Que surjan estas asociaciones es bueno y el éxito casi asegurado por el desbordante entusiasmo de sus femeninos miembros; los masculinos nunca desprenderían tantas ganas. Lo bueno es que cumpliendo años más se democratiza la sociedad y las clases que estaban ahí, como que se atenúan. Hay mucha confraternización entre todos.

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