Opinión

Esa impactante estación llamada Manzaneda

MANZANEDA 8/02/2023.- Ambiente en la estación después de la nevada nocturna. José paz
photo_camera Panorámica de la estación de Manzaneda, ayer.

Esta vez el deambular me trajo en compañía de dos dilectos por la sierra de Queixa donde se asienta una estación de montaña mas que invernal, porque las nieves cicateras la han reducido, en este caso ampliado su oferta todo el año, sin olvidar que la nieve es su esencia. Pensaba encontrarme en una mañana inundada por el sol mas que con una marea de esquiadores de un día cualesquiera de la semana, con unas docenas solamente. Llegando a la cota 1.500 donde estás a cubierto de los vientos y al aire libre, mi pasmo fue ver cómo las telesillas para seis casi siempre llenas, deduciendo que una cosa es lo que desde el confort ciudadano pensemos y otra lo que está aconteciendo por allá. No quiero imaginarme un fin de semana. Alguien con una trayectoria de muchas décadas esquiando me dice que alguna vez el aparcamiento rebasaba los límites con estacionamientos de varios kilómetros de radio.

A Manzaneda le afecta lo que a todas las estaciones de esquí, salvo Baqueira, me apuntan, que son deficitarias. Por esto cuando se saca a concurso su explotación, pocas sociedades quieren afrontarla y a veces, como aquí, es la propia Xunta y la Diputación, mayoritarias, las que deben asumir las pérdidas de lo que ya se considera como precio político o sea servicio al ciudadano que debe ser impartido a pesar de la descompensación.

Llegar a la estación de montaña para los que no han estado allí, un cúmulo de sorpresas que empiezan con los tres bloques de apartamentos: ciudad de Vigo, de Lugo, de Coruña, evidentemente que intencionalidad de construir los otros tres bloques con Ourense, Pontevedra o Santiago… pero aquello no da para más por más que tenga en uso dos pistas de tenis, una polideportiva; campo de fútbol de hierba; gimnasio, piscina, circuito de spak, pabellón deportivo, cubiertos; circuito para bikers de descenso, otro de karts, hoy aparcamiento, un parque de aventuras entre el pinar, una tirolina gigante y varias pistas de esquí con telesillas, tele arrastres. Quien da más… y sin embargo tuvieron que hacerse cargo de su explotación las mismas entidades, porque sacada a concurso a nadie interesó. Uno aún asistente al parto de aquello en su condición de comisionado de prensa de la Estación allá por los 70, por algunas temporadas, y asistente a unas cuantas reuniones de Manzaneda S.A. no salía de mi asombro de como José Luis (Pilís) Outeiriño se había empeñado en aquello con indesmayable espíritu… y solo así salió adelante su parto cuando dijo aquello imborrable de “Vamos a quemar la nieve”. Fue como una premonición, pues a partir de aquí aquellas nevadas que por meses se asentaban en la sierra y nos obligaban, no pocas veces, a bajarnos de un bus que se atravesaba y que había que recolocar a base de empujones, empezaron a escasear. Ahora se solicitan firmas para nombrarle hijo predilecto, que sobrados méritos para ello, por ese su legado con el empuje que en su día le prestaron, entre otros, Anguiano, Manolo de Covas, Pepe Senra, y Mani González con su desbordante entusiasmo.

Girada como visita a la Estación en la luminosidad de un prodigioso día, nos caímos hacia oriente por Paradela para recalar en la villa de Manzaneda, que aún luce paños y portalones de la muralla que en el Medievo tuvo, y más concretamente, como ni sitiados ni acuciados por el hambre sino movidos por la fama que al Bar restaurante Nevada dio Carmen, una mujer que cocinaba exquisito y que de sus cocidos de androlla o botelo y asados de carnes hizo más que bandera, que suerte que dejado el negocio y cocina por jubilación, lo ha traspasado a Vladimir, un catalán que no ruso sino nacido de madre de aquí, que con su consorte y bajo la supervisión de Carmen han mantenido las esencias de la heredada cocina. Saboreamos unos insuperables callos y lentejas, que el cocido debería hacerse por encargo; me fui con las ganas de saludar a esa acogedora Carmen de la que siempre complacido cuando por allí me caía con grupos de amigos montañeros, o antes invitado por el alaricano Alberte Oro, quien ejercía de médico del rural como nadie, interactuando con sus pacientes como a pocos vi. Bien llantados la emprendimos hacia las alturas para circunvalar el pazo da Pena, llamado así porque adosado a una roca, que fue de los Pérez Ávila, hoy restaurado en todas sus dependencias, devenido en confortable casona de turismo rural; más arriba, visita obligada al castiñeiro do Pombariño, de una corpulencia apabullante, aunque su enorme tronco ya presenta los huecos de la edad donde siempre atacan los hongos para abatir al gigante; otro ejemplar de considerable porte, el castiñeiro de Seoane da Cima, lo tenemos en tierras vianesas, allá donde los romanos excavaron otras minas, además de Las Médulas, las llamadas Médulas, o mejor Borreas de Caldesiños, como me indica Tomás Vega Pato.

Y así con el crepúsculo fuimos dejando atrás, Trives, el alto de Cerdeira y Castro Caldelas donde aún libamos a cafés y donados de bicas por el joven y animoso cura, que a docenas de parroquias atiende, además de enfermero hospitalario, ahijado de Odilo, nuestro conductor, mientras ya de anochecida la carretera parecía, por su reflectante luminaria, nocturno aeropuerto.

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