Opinión

Inmersión de amigos en la aldea... y explosión de la naturaleza

Los últimos árboles en florecer en primavera, los manzanos, que acaso tengan la flor más colorida con esos matices del rosa sobre el blanco.
photo_camera Los últimos árboles en florecer en primavera, los manzanos, que acaso tengan la flor más colorida con esos matices del rosa sobre el blanco.

Mientras dejo el Val da Rabeda y no del todo porque me gustaría evocar a dos de sus más señeros íncolas, que son esos que de singularidad aportan al paisaje, tales el pintor Baldomero Moreiras o el periodista Carlos Risco; el primero de voluntario exilio allá por Golpellás, aldea de olvido en mi referencia de unas cuantas, tiempo ha que se trasladó a su retiro aldeano donde rienda suelta a su actividad creadora, sin las estrecheces de horizonte (paisaje emparedado) de lo urbano capitalino. En cada encuentro Baldo era y es como ese amigo de tan escaso trato del que ninguna familiaridad pareciere derivarse, pero sí la hay; por más que lustros pasen, la proclividad siempre dispuesta. De Carlos Risco, ese poeta de la prosa capaz de sacar las esencias de los objetos que con él conviven en su semi restaurada y aldeana casa de Moredo, en el reborde sur rabediano, creador de unas composiciones a modo de cantautor con distintivo sello, que nos deleita cada domingo en estas mismas páginas, más que sacando las esencias de un candil, un banco, una cafetera, cualquier instrumento, un ejercicio que más a la poesía correspondiera. ¿Por qué eligieron estos amigos el retiro al modo del Beatus Ille horaciano?... pero el usurero Alfio con una razón de retornar a la vida urbana para cobrar los intereses de sus préstamos, cosa que ni de lejos percibo en estos amigos porque, además, afortunadamente, carecen de recursos para entregarse al mercado del usurario préstamo.  La respuesta creo que ni ellos mismos podrían darla, aunque parezco adivinarla: Risco porque ya tuvo fructífera experiencia en una parcela con una roulote convertida en casa en las afueras, cuando por razones laborales frecuentaba Madrid y colaboraba en los extras del diario El País; Moreiras del que no podría decirse de un celanovense rosendiano porque la vida villana (de las villas) cuasi similar a la urbanita capitalina. Salud para ambos y que por luengos años sigan morando en sus creativas residencias percibiendo el invierno y su crudeza de heladas, lluvias racheadas y menos de unas nieves,  décadas ha que no caen; la primavera que regala sus oidos con los trinos de los pájaros, o la vista con el brotar de las plantas; el verano solazándose de los frescores que vienen de la cercana sierra y de la altitud; el otoño como va coloreando los árboles de sus frondas, comenzando a desprenderse de ellas alfombrando las corredoiras por las que transitan, el uno a pedales más que a botas y el otro dándose reconfortantes paseos para percibir los matices de una naturaleza inimitable.

Y como de naturaleza andamos sobrados, pero sin percibirla en profundidad mas que los muy observadores, me traslado al medio urbanita periférico donde aun con sus vuelos ondulantes las urracas (pegas) han recuperado, su digamos cabaña, cuando de tan escasas casi dábamos por desaparecidas; siempre asustadizas con su graznido de córvidos no tan aceptados como otros pájaros. De vez en cuando una paloma turca, ésas de poderoso vuelo, grises de plumaje o una paloma torcaz, el popular pombo, que tan adormecidas en su época de celo perecerán víctimas de algún depredador, yo sospecho que de un par de gatos, más apetentes de alados que de múridos, que merodean a la espera, semiocultos, para dar un salto y atrapar a los colúmbidos que desplumarán allí mismo donde cazados, víctimas esos alados, también, de alguna rapaz de rápido picado como una vez vi.

En esta primavera ya casi mediada, los árboles frutales han florecido todos, salvo los de más altas cotas que van con el retraso marcado por la altitud. Los últimos en florecer, los manzanos, que acaso tengan la flor mas colorida con esos matices del rosa sobre el blanco, aunque los perales se visten de ramilletes tan floridos que más se asemejan a umbelas, de las que el sauco (sambucus nigra), lo que por acá decimos sabugueiro las tiene impactantes. Los cerezos ya asoman sus frutos como de pepitas de alguna fruta, y todo lo que antes era desnudez de los árboles ahora frondosidad, y esto trasladado a los árboles no domeñados por el hombre de los que el castaño de Indias, la robinia aun en flor o los sauces ribereños soltando sus filamentos o los álamos sus semillas a modo de polen que por tenue a merced del viento que puede transportarlos lejos de su nacimiento contribuyendo a propagarse en la tierra como hacen todos los árboles con casi igual fortuna en su labor de colonización. Para conocer y saber algo de como interactúan los árboles con otros congéneres comunicándose por las raíces o en el aire por sus aromas, nada mejor que perderse en la lectura de La vida secreta de los Árboles.

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