Opinión

Mosquitos y calores por entre glaciares lagunas

Esos llamados paraísos tropicales lo serán por su exhuberancia y paisajes, pero con la contrapartida de una inmisión de mosquitos que hacen intolerable la residencia. Me recuerdo de unos amigos que se fueron a Panamá, invitados por el común amigo Albino que los instaló en la hermosa costa del Pacífico, donde dedicados a una abundante y exótica pesca submarina; el residente amigo les proporcionó casa cabe a la playa, servicio y demás. Dormían en una mansión refrigerados por aire, pero siempre mortificados por más de un mosquito no desalojado, amén de los acosadores de la playa.

Esto nos pasaba, con más acoso, que derribo ninguno, al cuarteto de vagantes por la montaña, instados en cada sombra por una miríada de mosquitos que se estacionaban o revoloteaban en torno a los ojos, que gracias que tapados por ceñidas gafas. Estas moscas diminutas, que negras pueden parecer, son atraídas por nuestra exudación de dióxido de carbono y otras causas y que en las zonas umbrías como estacionadas para asaltar al montañero, pero que a la potente luz solar desaparecen, fueron un incordio en la ruta por los lagos de Ocelo, Carrizais y Laceira.

Llegar a Xares dos horas emplea desde la ciudad. Alguno diría que un viaje muy largo para ver tan poco. Opiniones que se pueden o no considerar, pero que alejaron a este amigo de una segunda tentativa a las faldas trevinqueñas; en las vísperas, caminando sobre la sierra Calva a sus lomos, ni instados por un solo mosquito. Es en sus fragosidades cuando te asaltan. Arrancamos desde el Hotel El Ciervo, un proyecto que funcionó en los primeros años y que tuvo al cocinero Carlos Parra al frente, con un intacto e inutilizado cercado para cérvidos, por donde íbamos a transitar, de muchos miles de hectáreas. Los corzos se podían cazar con la correspondiente cuota. El hotel, en buen estado, aunque algunas lenguas del vecindario señalan que su interior valeirado de contenido, pero el exterior da la sensación de que el inmueble habitable.

Previa apertura de cancela del cercado, atacamos las duras rampas, que a Ocelo llevan, que o por la solaina, los mosquitos o la hora del inclemente sole, más duras que de ordinario parecen, aunque alguno apuntaba que con más años a cuestas el esfuerzo más patente se hace. Todo contribuye y donde antes poco más de una hora, ahora por dos anda el trayecto. Al amparo de alguna sombra penalizaban los mosquitos no picadores, más revoloteadores, que me traen a la memoria una vez en la que acampados a la vera de la laguna glaciar de el Hazillo, por la zona, entre la Segundera y la Cabrera, fue que intentando beber, a la catalana, de una bota, pero con agua, el chorro rodeado de mosquitos hizo que cuasi despavoridos buscásemos otro asiento. La cosa no llegaría a tanto por aquí porque era dejar la sombra reconfortante del carballo para liberarnos de los más molestos que picantes insectos.

La arribada a la laguna de Ocelo, previo paso lateral por penedío donde una pareja de águilas reales anidaba, de las que ahora ni rastro, que por territoriales, deben por allí morar. Si es que no hayan sido abatidas por algún furtivo. Ocelo, esa laguna de la era de los glaciares que más vistosa cuando congelada y de nieve rodeada. Desde ésta se podría caminar hasta la de A Serpe, pero preferimos seguir hasta las otras dos de Carrizais y Laceira, cuando más picaba el sol; en la de Ocelo, después de unos bocatas a la sombra de inmensos xestiles y mullida yerba y de una inspección de sus riberas, uno de los cuatro, de mucha curiosidad en la que primaba la inspección de ranas, que pronto diezmarán la culebra de agua, la natrix maura, o algunas cigüeñas de tránsito veraniego; otro, plasmando todo lo visible, y un tercero más silente, disfrutábamos entre las brañas de la ribera oriental.

La de Carrizais, allí próxima, está en mayor cota y sigue alimentando en su desagüe a la de Laceira, que evacua parte de sus aguas en el regato de Morteira, nombre muy repetido en la toponimia galaica.

Un mirador aguas abajo lleva el nombre de Morteira, que también lo da al valle por donde el regato discurre, lugar de reposo con mesales y bancos de piedra, y en el miradoiro, bancos y mesa de madera que más de una veintena de años resisten sin indicios de podredumbre. Descendemos por muy pedregosos caminos que todos allá donde repechos haya, acanalados y de sueltas piedras, a causa de las junianas tormentas.

Andamos a la búsqueda de aguas que libaríamos de regato que la pista atravesaba, sin huellas de vacuno ni caballar lo que, instados por la sed, nos animaría a la bebida; más abajo, en el camino, huellas de equinas deposiciones, como si juntanza de caballos para tal fin.

Los mosquitos instaban, de más molestias que picaduras, pero que obligaban por su insistencia a sacudírnolos abanicándonos con un helecho.

Aún libaríamos esta vez de fuente con caño porque no estaba la bucal sequedad para hacerle ascos a agua tan fría, y eso que pocos llanos y muchos descensos. Así decorrió la hermosa ruta, que ni enturbiada por la mosquitería o los abafes, mas si molesta.

Arribados a Xares, llama la atención el despilfarro de públicos caudales para hacer un polideportivo con gradas y piscina, más parque infantil, de tanto desuso que el estanque sin depurar y las instalaciones sin un solo cliente, no obstante el día y la creciente población de Xares por el estío.

Te puede interesar