Opinión

De Nike a los Castros

Me cuenta una hermana que con una prima visitaba Grecia, que estando en Atenas y subiendo a la Acrópolis donde un templo consagrado a la diosa Nike o Niké, el cicerone aclaraba que la diosa más importante que la marca de ropa deportiva de la que tomó el nombre, por supuesto, pero la anotación del guía era: porqué los americanos y todos en el mundo cuando se refieren a la marca la llaman Naike y no Nike o Niké, fundada en 1972, en los USA, tomando como logo la diosa de la victoria. También porqué llaman a Miami Maiami cuando el poblado indígena era Miami y así lo pronunciaban los indígenas. La diosa griega tan representada en esculturas de la Grecia clásica, como la Victoria alada de Samotracia, la del templo de Niké o Atenea Nike, también en el Partenón se confunde muchas veces con Palas Atenea, la mítica fundadora de Atenas, en otras culturas revertida a Minerva la diosa de la sabiduría, tan venerada en Roma, cultura que tomó prestado todo el santoral de cada pueblo que iba conquistando, incluido los de culturas exóticas como la egipcia. Niké presidía las competiciones atléticas en la Hélade, y también las disputas militares. ¡Victoria, victoria!, o sea, ¡Niké, Niké! dijo el hoplita Filípides antes de caer desplomado en Atenas anunciando la victoria sobre los persas en las llanuras de Marathon después de correr 40 km. muerte que se atribuye al esfuerzo, las heridas de guerra, la mala nutrición, las emociones. La diosa de tan representada en el Renacimiento es la que más aparece en la escultura, y hoy la tenemos presidiendo palacios, colegios de abogados... y por si fuera poco figura, desde las olimpíadas de Amsterdam, en el reverso de las medallas. El cardenal Fenelón, al cuidado formativo del delfín de Francia, autor de Telémaco, el hijo de Ulises vagando por el Mediterráneo a la búsqueda de su padre, creó el personaje de Mentor, que no otro que la diosa Minerva o Niké, disfrazada que iba aconsejando al joven en una Odisea digna de la de su padre Ulises, llamado en griego Odyseo. Era este un libro de referencia en casa donde todos nos amamantamos de las letras francesas con esta lectura, y por descontado, la Ilíada y la Odisea eran de tan obligada memorización como la Biblia, aunque a todas las superó el Quijote que a voz cantante repetíamos en sus pasajes llegando a memorizar páginas enteras. Este era el libro por excelencia, del que más aprendíamos; de ahí nuestra afición a todo lo quijotesco.

Referirse a Grecia y pasar a la cultura castreja pudiera parecer un anacronismo, pero no lo es por las relaciones que los castra marítima tenían con los comerciantes fenicios y griegos, más en el Mediterráneo que en el Atlántico. Pero estos Castros a los que me refiero son esos pulmones del más extenso forestal parque en las afueras de la ciudad, a menos de decena de kilómetros.  A los Castros, que se dicen de Trelle, por ser ésta la aldea más cercana a la cima, le llaman a ese territorio montuoso que comparten los municipios de Barbadás, Toén, Cartelle, A Merca. Y como si todos quisiesen aprehender un trozo; convergen en el mismo alto donde una torreta metálica antaño usada como atalaya de avistamiento de incendios, ogaño, no, pero bien conservada. Allí, en la cima, comenzó una como limpieza del emplazamiento, que está por ver si castreño cuando se hagan las catas. Por allá me fui con un grupillo de amigos, de esos con los que caminar placentero, arrancando desde Loiro, de la que recordamos cuando con patinetes de rodamientos de bolas la chavalada del periférico barrio de A Carballeira, capitaneada por Jesús Raña Amil (Jandrís, Poldo, Toño Araña, Toño Cuento, Geró, Zampa, Noliño, Gaspar …)  íbamos a Celanova, una meta más soñada que alcanzada, pues allí como superadas las cuestas de Barbadás y Bentraces, decidíamos si continuar al menos hasta a Ponte Grande, porque después la cuesta del Cristal era un auténtico Tourmalet para ser atacado a patinazos, cuando casi se vislumbraba esa siempre mítica meta. Por aquí, por Loiro, pasamos delante de una iglesia que conserva elementos del románico popular; me vienen a la memoria alguno de sus vecinos, como Aurelio, oficial de notaría; de otros ya idos como Pedro Crestelo, que había sido comisario de Policía y jefe de seguridad de Coren, que restauró una casa familiar para no desvincularse; también de un ocasional morador, Roberto V. Monjardín, concejal en su día de Ourense y sempiterno delegado de la Española de Tenis, que tuvo casa en alquiler para pasar aquellos tórridos veranos, a menos calores por la altitud. Cuando allí desembarcados, encuentro inesperado con otro Pedro, pero éste, policía local de Barbadás, con el que de breve parlamento sobre la progresión del tenis de su hijo Bruno. La emprendimos los cinco por esas pistas que si no te orientas pueden ser un laberinto por innúmeras y boscosas. Aquellos pinares que lo cubren todo dejan algún espacio para abedulares, algún eucalipto, como relicto, robledales o carballeiras, de las que alguna muy extensa en las inmediaciones de la aldea, a la que una hermosa corredoira atraviesa, marcada como Camiño de San Rosendo, que, como tal, tantas vueltas da que más de treintena de kilómetros para llegar a Celanova desde la capital, cuando por carretera veinticinco. En la boscosa y casi plana cima, las brigadas contraincendios, asentadas en su base, velan más sus armas que actúan en estas épocas de humedades, por lo que un solo helicóptero de palas enfundadas, cuando dos por el verano, mientras los brigadistas de más ocios que trabajos por la invernía, mucho arriesgan cuando de apagafuegos. Ciclistas escasos en la mañana, por docenas en los atardeceres. Los bikers, así llamados los ciclistas de montaña, han convertido los Castros como en obligada meta porque les permite desde la misma ciudad acceder casi a salvo de automóviles y rodar, despreocupados, por sus térreas pistas, poniendo a prueba su resistencia.

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