Opinión

Pepe, el de los periódicos; Ángela Rodicio, la corresponsal de guerra


Por Pepe, Pepe García, el de los periódicos, le conocíamos; era ese servicial muchacho que repartía la prensa nacional, y mucha más local, por bancos, oficinas, bares, amén de domicilios; por centenares llevaba bajo el brazo unos diarios que le hacían estar al pie del cañón en las oficinas distribuidoras a partir de la madrugada por lo que solamente dormía unas horas, de 8 de la tarde a 1 o 2 de la madrugada, siguiendo la estela materna de la repartidora de este diario Victoria que a media noche recibía un fajo de periódicos La Región que le suministraba la inolvidable jefa de reparto de esta casa Margarita, que dejaba a domicilio, ya en el centro de la ciudad, ya en los barrios periféricos; cuando había que subir algún piso, incluso más allá de un cuarto, sin ascensor por aquellas épocas, enviaba a su hijo Pepe, aún infante, que subiendo escaleras, acaso de dos en dos dejaba la prensa a la misma puerta de suscriptores. Así fue forjándose en el oficio desde edad temprana porque ya adulto emigraría al País Vasco donde trabajó y se accidentó en un brazo de lo que retornado retomaría el oficio de repartidor sin kiosco, lo que llegaría más tarde con el de la Alameda. Era Pepe a modo de ambulante correo y me lo imagino en alguna encomienda de oficina a oficina bancaria, lo que dada su discreción mejor correo no podía hallarse. Pepe repartía La Región por docenas en los ya dichos domicilios particulares, en la Caja de Ahorros, por los bancos, por las oficinas, bares, por las del Concello; si su madre trabajaba de acá para allá abarcando la ciudad y barriadas periféricas por 7 pesetas al día, él obtendría de su madre alguna soldada, creo yo. Podría escribir un libro cargado de anécdotas de sus más que andanzas, oficios, pero me dice que ni sabría ni habilidad para ello tiene.

Ahora, aquel mozote activo que no paraba ni se daba un respiro, aún hurga en la nostalgia de tantos kilómetros ruando, y en los últimos, de repartidor con coche propio, dejándote la prensa a pie de puerta por lo que Pepe tenía más llaves que sereno madrileño.

En la jubilación se ha hecho paseante constante... como si no quisiera perder el ritmo, y sin nostalgias lacrimógenas puede estar contándote todo su vital periplo, que no podría contenerse ni en un diario como este cargado de extras.

De más fusco que lusco, encuentro fortuito con Pepelino V. Monxardín, ese amigo de siempre y de tantos entusiasmos que le desbordan, producto de sus lecturas, escritos, paseos, tacos de billar, viajes a sus enamoradas tierras de los califas Omeyas donde quiere trasmitirte tanto que a veces ya te encuentras, sin percatarte, inmerso en sus curativos balearios, y entre sus olivares. Un enamorado descriptivo al que tiempo falta, o da la sensación que de él carece por su tanta actividad. Bueno, pues un grato encuentro por la rúa do Paseo donde acompañado de su hermano Mecho, economista afincado en la capital del país, que no desaprovecha resquicio para venirse por acá, y esta vez en la gratísima compañía de Angela Rodicio, esa vívida comentarista como periodista de RTVE en la guerra en los Balcanes que nos hizo vibrar de emociones cuando describía cómo los obuses serbios disparados por la artillería desde las montañas de Sarajevo caían sobre la capital bosnia a su misma vera, produciendo una ya crónica mortandad, en una vívida narración que nos tenía en vilo y dio una dimensión extraordinaria a esta acreditada corresponsal de guerra de las de primera línea, que para mi sorpresa nacida en San Cristovo, cerca de Ribadavia camino de Leiro. Un Mecho muy efusivo para quienes tiempo ha no vistos, acaso desde aquellos años en que él destacado tenista en las pistas de Ramirás. Angela, efusiva como si de toda la vida tratada, con una cercanía que solamente la proximidad y el acompañamiento dan. Un gusto encontrar a gentes tan cercanas, que te tratan con tanta familiaridad a la que, indudablemente, invitan tantos recuerdos y los aún presentes. Pepelino me recuerda que que está presto a alternar sus complacientes rutinas ya antes esbozadas, de leer libros, manejar tacos de billar a tres bandas, viajar, escribir libros de probada fantasía, por unos paseos por la montaña que más anhela que materializa. Como es un torrente de entusiasmo capaz de impregnarse del entorno, nunca caminarás a su lado sin sorprenderte de unos matices que solo él percibe, por lo que una merced tenerlo entre tus andariegos colegas.

Te puede interesar