Opinión

De los quebrados senderos del Sil a los ciudadanos andares

El geólogo J. Ramón Seara, Esperanza Fernández y Antonio Campos (Móvete por Nogueira), desde el mirador sobre el embarcadero y la presa de Santo Estevo.
photo_camera El geólogo J. Ramón Seara, Esperanza Fernández y Antonio Campos (Móvete por Nogueira), desde el mirador sobre el embarcadero y la presa de Santo Estevo.

Un paseo por la Riboyra Sacrata, Ribeira Sacra o como quieran llamarla,  para nosotros ahí, a pie de obra, depara mucho en corto trayecto. Más se ven por allá gentes de otras partes o al menos en el más de un par de excursiones que por allí hice; hasta habría que decir que más extranjeros, algunos, o alguna en este caso, que mapa en mano, como no sintiéndose segura nos abordaría para confirmar si el periplo acertado. Mantener en el profundo Sil ese monasterio que es Santo Estevo, gracias, acaso, a su reconversión en hostería de cuatro estrellas fue decisivo para la conservación desde aquellos tiempos en las postrimerías del pasado siglo, en los que amenazaba ruina total la benedictina abadía. Gracias a Manolo o Lolo, un vecino del mismo lugar y aldea, que mantenía hostería o mesón, al mismo tiempo que se ocupaba del digamos orden dentro del mosteiro y daba bien comer a viajeros, caminantes (nuestro caso) que deberían no pocas veces abrirse paso por entre la exuberante vegetación que invadía los senderos hoy despejados y cobrando nueva vida ahora gracias, sobre todo, a esos  ramuineses de Móvete por Nogueira, que en esta redescubierta caminera de los Cañones no se da crédito a lo que estos vecinos hacen sin municipal, más que ayuda, acaso beneplácito.

Los senderos de esta parte de los Cañones están muy practicables, salvo algunos tramos del señalizado que desde Pombar te lleva al Bambán do Solpor, que cuando llueve, prácticamente impasable; por eso señalé hace unos días en el mapa, que lo mejor era tomar la térrea pista, aunque de más rodeo, de Pombar al dicho Bambán donde raro no ver a pareja meciéndose en el atardecer.

Si te acercas para ver desde el cielo en el mejor banco de la Ribeira como los catamaranes a pleno en ese viaje entre los paredones del encajado río Sil, pasarás por un par de miradores, una albariza recuperada en sus muros para proteger de ataques animales la miel de las colmenas, sobre todo del goloso oso, que por acá campaba.

Bien publicitada esta Ribeira, tal vez no correspondida en caminantes desperdigados por tan hermosos senderos, que en festivos no pasarán de la docena los que te encuentres en lo más inaccesible, sí en lo accesible, que pasarán de las muchas docenas, mientras los más de ciento, dirigidos vía catamarán, que algún socarrón vecino podría decir castramarán, como si tal, y también al eucalipto dirían eucalistro, en un ejercicio de malabarismo lingüístico, que someter debo al criterio del jubilado profesor de la Escuela de Idiomas, Antón Granxa.

En un matinal y dominguero paseo por la ciudad, en A Barreira, un grupo de peregrinos franceses de reposo terracero frente al albergue que antes en las alturas de San Francisco; como el tiempo de cierto frescor, hemos de imaginar  que andadores vespertinos estos reposados del camino sanabrés-ourensán, que prefiero al Mozárabe o al rechamante de Via de la Plata, que corresponde al que enlaza en Astorga con el Camino francés. La ciudad no está muerta en domingo; de paso por la puerta sur catedralicia un panel anuncia: Ourense en misión. Pensé que eso del pasado de aquellos años de plomo en los que el régimen recristianizaba con su colega colaboracionista,  la santa madre Iglesia, la cual enviaba a los predicadores de las órdenes clericales a aterrorizar con sus prédicas sobre el infierno y el más blando, por temporal, purgatorio, a todos cuantos obligatoriamente asistíamos, en aquellos tenebrosos escenarios de salas oscuras con mucho y morado cortinaje donde un encendido savonarola desde mesa y atril soltaba condenaciones a todo laxo en las religiosas prácticas. No se recristianizó el país, y ahora, superados aquellos tiempos cuando las iglesias más para ser visitadas por su arte que por lo que en ellas se asiste a misas y otros oficios, donde apenas hay curas, cuando los antes por docenas ordenados ahora ni por unidades del Seminario salen. Son los tiempos de una sociedad laica, pensarán, donde ya no hay principios, si por tales los religiosos tienen.

Prosiguiendo por entre hoy húmedas callejas, algunos en terraza bajo toldo en la rua dos viños donde hoy tanto de tapas como de líquidos se sirven, con algún camarero a la espera de clientes por donde los menús se anuncian a toda tabla.

Por la rúa Buenos Aires, que esto de avenida como a Marcelo Macías, ancho les queda, de súbito me doy de frente con Pepe Bernárdez, eminente cirujano, aún ejerciente a sus no pocos años, y con gran maestría por lo que se oye, que me dice que más ligado que nunca a Gomesende desde donde los Álvarez (su madre lo era) se fueron a la emigración cubana post independiente donde alguno haría gran fortuna como Manuel Álvarez fundador acá, por Vigo, del gran complejo de fábricas de Manuel Álvarez e Hijos, dedicadas a la cerámica, la porcelana y la cristalería, un emporio en su tiempo. Pepe de más ligazón a sus natales, por el cultivo de sus frutales en los que ha encontrado un motivo de visita más que semanal, cuando antes, de tan ocupado, no tiempo hallaba para concurrir a sus patrios lares.

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