Opinión

Ruando por la calle de los vinos... o de las tapas... o de las aguas

En esta calleja de una aldea del occidente un tranquilo can nunca ruaría tras los forasteros, ni acaso se plegaría a ningún collar como sus afines ciudadanos, que en horas punta no rúan por la calle de los vinos.
photo_camera En esta calleja de una aldea del occidente un tranquilo can nunca ruaría tras los forasteros, ni acaso se plegaría a ningún collar como sus afines ciudadanos, que en horas punta no rúan por la calle de los vinos.

Un día escribí sobre alcalde por un día, cuando varios meses en el cargo había pasado. Lo cierto es que la expresión no se reduce a un día sino a una corta temporada, de meses, acaso. El abogado Mondelo fue ese alcalde por un día, pero me señala que otros de más breve duración de los nueve meses de él por los cinco del comerciante Bermello y los cuatro del electricista Poly, o si ellos prefieren, del empresario Bermello y del también empresario de la electricidad Poly. Aclarado esto por una breve conversa con José Luis Mondelo hasta que una llamada cortó la relación. Estos alcaldes fueron de tanta brevedad, creo que no por incompetencia si no por falta de ediles afines o del momento que vivieron. Esta calle lepantina de los vinos, de las tapas, de ver a todo el ruante mundo de los que de bar en bar, da para muchos encuentros en breve espacio, porque Camilio Guede y José P. Ferrón al lado y unos caminantes de los que no podría decirse que a ningures porque el paso por allí presupone detención a vasos, tapas, o aguas más en boga, que podría ser el caso de los ambulantes Manolo Montero, maestro en las marciales artes; Moncho C. Corbal, periodista, de El Cercano, y Santy Lamas, escritor, ensayista, y profesional de la psiquiátrica rama; disímiles todos acaso en eso que podría llamarse modus meditandi…o no tanto en pensamiento; lo que si evidente es que transeúntes bien avenidos parecieren.

Una tórrida mañana de tan llevadera en la sombreada rúa que rememora la famosa batalla en el profundo golfo griego de Tarento o Lepanto donde los aliados cristianos de Occidente: Venecia, el Papado y España, con una fuerza naval bajo el mando de Juan de Austria derrotaron a la armada turca, conteniendo el avance otomano hacia Europa. Mañana, como abrasadora a la intemperie solar, que me lleva por un O Posío del que un ajardinado cuarto en obras todavía; esto lleva más tiempo que las obras de El Escorial, porque se trabaja a intervalos. 

Las bandadas de estorninos no dejarán fruta madura en los árboles y tanta abundancia aumentará sus colonias devastadoras en el campo mientras las tórtolas o rolas, ya en su clásico ronroneo prenupcial se retirarán a sus cuarteles de invierno con los primeros atisbos del septembrino frescor, una vez asegurada la crianza. La ausencia en lo más crudo del día de otras especies de alados da más oportunidades a este pariente del mirlo, que por gregario y volador va en busca de sustento y no se acomoda en cortas distancias a un hábitat reducido como el mirlo, sea el común o su cercano pariente el acuático.

Lo temperado, cuando el ocaso del día, me hace grato el camino de vuelta donde suelo pararme de topetazo, porque sobrevenido en una esquina con Antonio, funcionario que fue del municipio y compañero de unas cuantas descubiertas con ese indesmayable grupo de caminantes de A Corredoira, que ahora preside Xoán Lourenzo, quien de hábito tenía ir con sandalias, incluso en el más riguroso invierno, mas que, no digo porque alcanzada la presidencia del grupo, ni de lejos, trocaría los ventilados calzados por las abrigosas botas. Recordamos algo de aquellos tiempos. Más adelante, pasando a la vera de un escultor de gran talla -por tal la estatura- que se aplica con escoplo a esculpir en madera interesantes objetos de la africana cultura, y más en camino, como que me interpelan Pepe y un amigo de Vilamartín de Valdeorras, con el que más empatía por afinidad montañera y cuando le digo que amigo del médico de la villa, Valentín, con los que me enzarzo por esos parajes trevinqueños que tanto aman los valdeorreses, y si más tiempo hubiere, más se emplearía en descripciones montañeras. Pasaban de las once y no daba para más la hora, cuando las invasoras terrazas del Paseo, ya en retirada de sillas y mesas, que cuando extendidas a duras penas dejan paso por el centro. Las terrazas lucen, permiten el asiento al aire libre y sirven para el parloteo, la observación y el reposo, pero no pocas veces se extienden de tal modo, que el paso dificultoso hacen al peatón.

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