Opinión

Aquellas Semanas Santas con un dictador bajo palio

Se vivían con tal recogimiento, que hasta la voz se replegaba y en un susurro se convertía, antes de que la dictadura franquista aflojara la presión religiosa que se reafirmaría, además, con aquellas llamadas Misiones donde obligada la comparecencia de fieles en tétricas salas donde el morado presidía para recordarnos, aquellos tremebundos oradores de órdenes religiosas, el infierno dantesco que nos aguardaba si pecadores. A pesar de todo, las Semanas Santas se irían transformando en más festivas que religiosas, incluso ya más viajeras como los tiempos demandando iban y un creciente turismo que expandía sus liberales costumbres.

Por Semana Santa, nosotros aun chavales, digo los de las periféricas barriadas, nos íbamos por los montes aledaños a la búsqueda de ramas de laurel, el laurus nobilis; competíamos con las parroquias del extrarradio; la gente bien o de bien, los ciudadanos del centro que se decía, desechaban el laurel y compraban la palma en los mercadillos de la plaza de Abastos, Alameda, Praza Maior o los de los numerosos ambulantes que se descolgaban por las barandas de la Alameda; el ramo de palma estaba más próximo al ritual, aunque el olivo más auténtico y de la Palestina bíblica, era una minoría emergiendo de entre un mar de laureles, que las palmas en las parroquias del centro eran la dominante. Así que entre palmas urbanas la cosa andaba, aunque testigos de andar a laureazos en la plaza de la Trinidad, o Trindade hoy, con gran disgusto de don José, el párroco; pero es que aquella parroquia atendía también al indomable extrarradio.

Por la Semana Santa, legiones de predicadores eran enviados a todos los rincones patrios, digamos, como si en tierra de misión. El régimen quería creyentes de la fe católica, lo que favorecía a los planes de una jerarquía no solo eclesiástica. Nacieron así las mentadas Misiones. Se buscaba más al súbdito que al ciudadano, un término que se asociaba a eso tan vituperado de democracia o república, a la que se hacía responsable de todos los males pasados, presentes y futuros, colocándole la etiqueta de roja. Uno fue criándose con ese dios único, que no otro que un caudillo a modo de providens pater. Así se nos vendía al gran tirano antes y después de los Veinticinco años de Paz, ese invento para señalar al gran caudillo como el providente, genocida más bien, después de dejar tras de sí un reguero de víctimas, fusilar inmediatamente de acabada la guerra a más de 100.000 soldados por el solo hecho de combatir en favor de la República, o sea de la legalidad, sin contar que en su guerra había practicado la política de tierra quemada yendo a la rapiña y arrasamiento de cada metro cuadrado del hispano territorio, a la par que iba confiscando bienes de los asesinados en la retaguardia, lo que prueba la ineptitud y vesania de aquel orondo y descojonado enano, con perdón para los mismos, que descargó sus complejos contra sus conciudadanos, imbuido de un espíritu redentor y salvador de la barbarie republicana.

Pero aun sin ir ahí, que ya fui, la España cutre de aquel infame era alimentada por un librejo llamado Formación del Espíritu Nacional (deformación de la historia para adaptarla a su corsé), por desfiles militares de desharrapados de mono y alparagata, por cuarteles o maniobras, por gobiernos militares en cada provincia y por guarniciones en cada capital, por un sector de la guardia civil a la que modeló a su antojo (no hay que olvidar que muchos de la zona republicana donde llegó a llamarse Guardia Nacional Republicana, como en Portugal, tuvieron un comportamiento cívico y que sus más grandes generales, leales a la República, Escobar y Aranguren, acabarían fusilados por los rebeldes franquistas ya finalizada la contienda). A la derrota republicana se le dio el carpetazo con ese lacónico bando de guerra: Vencido y cautivo el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado todos sus objetivos militares… se quería así recalcar lo de rojo o comunista por republicano, y lo de tropas nacionales cuando mejor sería nacionalistas rebeldes. Un torticero comunicado como el de llamar y juzgar al contrario, fiel a la legalidad, como rebelde, que ya fue el colmo del retorcimiento lo que, por desinformación, llegamos a creer.

Hasta aquella Semana Santa se fagocitó en pro de la tiranía en maniobras que harían palidecer a todos los ministerios de la propaganda habidos, por esa manipulación constante de la mentira revirtiéndola en una verdad irrefutable, de tan repetida.

Semanas hoy de vacaciones en las que aun los retumbantes tambores arrastran tras de sí esos pesadísimos pasos que trasmiten piedad, lágrimas, misterio… pero más funcionan como atractivos relictos para consumo turístico… y para la piedad de muchos fieles.

De aquellas semanas de silencio, recogimiento cuasi tétrico, hemos pasado a estas de vacaciones, expansión donde lo religioso ha quedado relegado, acaso ni para beatas ya. Es que llevar a un dictador sanguinario bajo palio era equipararlo al mismísimo Santísimo Sacramento, al que solo reservado el privilegio ese de viajar bajo palio; pero Franco se nos vendía como si deidad en vida. De aquí la degradación de ese amplio sector de la Iglesia nacionalcatólica a la que fueron salvando los curas comprometidos socialmente…y tantos otros que desde sus puestos de responsabilidad fueron atenuando la represión.

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