Opinión

El sur también existe

Salgo de la urbe, dirección sur, eso que decimos hacia abajo, de tan recalentada que lo de olla ourensana le viene como al pelo; pero aun ascendiendo por los altos que a Seixalbo conducen, no se abandonan los calores, como si santuarios de frescor ausentes en este sur galáico hubiese, cuando por el norte, de frescores, y más por la costa cantábrica, que no sobrepasaba los 25º.  Alguien me llama para decirme que por las tierras planas lucenses, dichas Terra Cha, apenas rozaban los 30º, a pocos más de 400 metros de altitud, no así en las de Lemos, a 300 m., sobrepasando la treintena, mientras Lugo a 450m no la sobrepasaba. Buscamos el contraste de lo que por la Galicia interior se cuece. Fue, como sobrepasando Seixalbo, desde donde por mediados del pasado siglo y otra parte de él, con tantos calores al retorno como los por estas fechas habidos, bajaban los aldeanos sus tomates y pimientos al rianxo en la plaza de Abastos. 

Más adelante, en el pausado pedaleo, impactados por los inmensos movimientos de tierras en la diestra ladera del ferrocarril de nueva planta, dirección ciudad; sorprenden por el desarraigo del bosque lo que las máquinas removieron, de sobreiras, pinos, carballos, singulares y venerados penedos o batolitos, dicen que para el nuevo trazado del Ave; se cree que para ahorrar escasos minutos a la ciudad cuando ahora con esos de más, permiten que el viajero vaya haciéndose una idea de donde se mete, sobre todo con las vistas desde el  viaducto del Miño. Un gasto innecesario y desmesurado de difícil justificación; yo sigo a la vera del ya electrificado y más que remozado ferrocarril, avisto el polígono industrial Barreiro y a la vera del rio Barbaña, pasamos por donde una presa a la que llamábamos de las Tortugas, de las que hoy ni una a la vista; la descubrí tiempo ha yendo en compañía de un tan gran pescador como menos cazador, que fue Ramón Villanueva Portugal, y, mientras me iba  como declamando lecciones de un derecho Civil que se me atragantaba, en un peripatético modo de aprendizaje al que mucho debo; Ramón, un decaído del Derecho, es recordado(capaz de memorizar de un vistazo nombres y números de una página del listín telefónico, de lo que yo mismo fui testigo) porque desarrollaba en sus oposiciones a la Judicatura y Registros tal caudal de conocimientos, incapaz de sintetizarlos, que sorprendía al mismo tribunal opositor que le suspendía por no ceñise en el tiempo a pesar de su mucho saber, lo que ellos decían un decaído del Derecho, aunque merecedor más de formar parte del mismo tribunal examinador que de examinando, como el mismo tribunal reconocía, pues era tan desbordante en doctrina y jurisprudencia que cuando quería abordar el tema ya había pasado el tiempo de exposición. Acabaría por hallar acomodo Ramón Villanueva, allá en ultramar, como profesor de Derecho en la Universidad Católica de Caracas donde se hizo un nombre... sin retornar nunca a sus lares donde escaldado por la poca justicia que por acá se le hizo. Algunas sobrinas residentes aquí pueden dar fé de lo que de él digo.    

Será por lo que de arriba le viene (por las numerosas plantas industriales en su vera) de contaminación a este maltratado Barbaña del que aun vimos salir de estampía un increíble cormorán y algún pato, el azulón o alavanco real, porque no habituados a la humana presencia  como en la urbe, donde nunca emprenderían el vuelo de estampía. 

Ponte Noalla hace que pasemos un tramillo de la antigua Nacional carretera hasta avistar una gigantesca chimenea, residuo de una industria ladrillera  tiempo ha desmantelada, en cuyo remate un par de cigüeñas, que dicen siempre fieles a su lugar de anidamiento, no obstante la emigración anual, sin que otras congéneres residentes se aprovechen de ese nidal por  esa obligada ausencia que la migración impone.

El ruido incesante de la fundición de Forjas de Galicia es el más percibido en las proximidades, ya en el industrial Polígono, y donde antes en sus cercanías un puente de arco sobre el férreo trazado ahora desmantelado por necesidades del nuevo carril ferroviario y su eléctrico tendido. Queda atrás el polígono de San Cibrao y su incesante actividad y eso que no acaba de comprenderse muy bien como dos cercanos, Barreiro y Pereiro, puedan subsistir y no formen uno solo. Una cantera aun operativa se escucha por el rumor de su maquinaria. Estamos en Calvos, y pasamos sobre el Barbaña de nuevo, que por acá de avaricioso caudal casi siempre; transitamos por a Venda, para más adelante, Veredo, cabe a la estación de tren de Taboadela, hoy base de recogida de contenedores de basura procedentes de casi toda la provincia(menos la comarca oriental) para ser embarcados en plataformas ferroviarias hacia Sogama; un pesadísimo y gigantesco buldózer va depositando, cada contenedor transportado en camiones en las dichas plataformas, con una precisión se supone que electrónica porque el conductor no puede ver el encaje; por cercanías, a Venda, porque venta o mesón, que lo era de diligencias rumbo al sur, hacia la castellana meseta o de sus principales ciudades, bien portando viajeros, bien mercadurías. Santa Leocadia, que podría ser santa Ladiña, nos coloca en la aldehuela de Outeiriño, que bien podrían tomar los tales el sobrenombre de allí, porque más adelante san Xurxo, parroquia con camposanto donde unas cuantas lápidas acreditan que el apellido Outeiriño, allí de arraigo. Santás es como obligado paso para en sus arrabales subir pista arriba contactando con algún escaso vecino al paso más que para información a donde ir, que a veces imprecisa porque casi todos han perdido el hábito de desplazarse por caminos, pero acertamos a dar con a Carballeira, Currás y  O Penedo que capilla tiene.

Como descolgados fuimos de tránsito o descenso hacia la urbe en calores fundida, dejando en las alturas el frescor, por el descenso aumentado, para sumergirnos, entre fusco y lusco, en la aún ardiente Auria.

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