Opinión

Tanatorios y exequias, crónica social

Lugares de encuentro estos tanatorios, que de Tanatos le viene, que es el dios de la muerte en griego. Pues los tanatorios o velatorios son esos lugares donde al pesar por el óbito se añaden las conversas con amigos o conocidos. Alguien se me quejaba de falta de recogimiento en los tales. Es que hallarse con amigos en estos reencuentros es siempre expansivo y donde refrenar la alegría después de expresar el duelo, se antoja componenda imposible. A veces pasan años sin ver esas caras que nos son familiares o que nos fueron, pero que los avatares de la vida van separando. Ogaño velamos fuera de sus lares a los que se nos van, trocando tanatorios por familiar morada, enjaezadas carrozas por autos fúnebres.

Pero no voy a decir sobre estas funerarias, que del latín funus, funeris, funeral sino sobre las gentes, esos amigos y conocidos que por ahí te encuentras, aunque confieso que poca adición a estas concurrencias y que si puedo evitarlas, mejor, pero hallo que placentero departir con amigos y conocidos.

En este funeral por un Lerenda, que destilaba optimismo a raudales y al que si le oyeses ningún obstáculo se le opondría, del que me entero que coleccionista de lo que él recopilable consideraba, y de lo ya deportivo, ni te cuento.

Tantas caras conocidas en sus exequias, como la de un Tono Cuña que le había devuelto la afición al tenis que Lerenda tenía como aletargada, despertada por su hijo Javi que le motivaba y le movilizaba ya para los campeonatos de veteranos en Mallorca, Gerona o La Manga, previa preparación en Monterrei o Lalín donde los recibía con gran hospitalidad Juanma, el que lleva el Club Tenis, al que saludo en el mismo CHUO de visita al yacente. Aparece Emilio Muñiz, ese oportunista doblista en el tenis; viene con Camilo Guede, al que se recuerda de tránsito por el fútbol en Tercera y Segunda B, que no se pierde funeral de amigo; a Pili Ortiz, convaleciente de rotura de tibia, que viene con Merche, antes de Tylos, ahora de la fisioterapia La Torre donde director su hijo Pirri; también Nenillo, al que de tan identificado le sobraría el Puig, profesor jubilado de FP, al que saludo y a su consorte Cristina Romero, también docente; un Nenillo tan entusiasta cuando animador de eventos deportivos en el desaparecido Club Tenis Ramirás; en medio de tanto saludo me topo con Pepe Bernárdez, ese médico de expertas manos ejerciendo hasta ayer mismo como cirujano, en una profesión en la que jamás le imaginaremos vacans medicus, al que saludo hasta que me apercibo también que él asistente al velatorio de su cuñada Rita Ferrán, la recordada profesora de latín, que rodeándola de un montón de coronas, sobresalían, una con la cinta impresa del carpe diem horaciano, el aprovéchate del día, no lo dejes pasar, goza de la vida, y la otra con un omnia vincit amor o el amor lo vence todo. Muy adecuado recordatorio para la profesión de la viuda de Senén Bernárdez, un farmacéutico de nombre en la ciudad. Me viene a la memoria cuando Rita y Senén participaban formando también pareja en algunos torneos que se organizaban entre casados en la desaparecida pista de tenis de los Guitián-Montero en O Couto, a la que la fiebre urbanística devoró. Servando Méndez, hermano del finado, me acoge como ese amigo no perdido por alejado y poco tratado sino con el que una amistad que el tiempo no erosiona. Y de esa familia, no de doce sino de once, los Méndez Novoa, que tanto de la madre tienen en parecido y unos cuantos del padre que fue apoderado y contable de esos pujantes almacenes ferreteros que fueron una referencia en el ramo como el de los hermanos Aguirre, uno de los poderes económicos de la ciudad, que incluso tuvieron participación en este diario, allá por los 40, 50 y 60 del pasado siglo. De estos Méndez Novoa, solamente unos pocos desarraigados de su patrio solar, y por ello con tanta ligazón por acá como se demuestra en esa concurrencia de deudos, muchos, y amigos, más; tratándose de familia numerosa, y por demás conocida, de otro modo no podría ser. Después de ver esos ramos dedicados a Rita Ferrán, que vivía en Santiago últimamente pero que por su ligazón a esta ciudad por matrimonio, e hijos acá nacidos, decidieron traerla a Ourense, me paso por la sala donde Lerenda, de cuerpo presente, con sus seis hijos, con todos las hermanos rodeados de amigos y deudos: Aurora, Carmiña, Malena, Celsa, María, y Servando, Carlos, Sindo, Pepín, Mariano, un familión que se formó bajo el paraguas de la provisora Celsa Nóvoa, de Oira, con Servando Méndez, de A Loña, para los que el rio Miño no fue frontera. En el velatorio, ramos de flores hasta de la Federación Gallega de tenis que no suele enviarlos a cada socio fallecido sino a los singulares, llamando la atención una raqueta del abuelo embutida en flores, de su nieto Simón que se llevaría a la tumba en San Francisco en una emotiva despedida donde, una preferida inhumación sepultum corpus et non incineratum, tal como el finado quería; ignoro si con los vítores con los que fue despedido, con una cantiga de su hija Ana y las incontenidas emociones de sus hermanos Bety, Andrea, Elena, Javi o Marcos, pero seguro que, complacido, esbozaría una sonrisa.

Si la concurrencia numerosa en tanatorio, el funeral en la parroquial de Santa Eufemia la del Centro, porque la del Norte llamada Santo Domingo, fue numerosa, y por allí aun caras nuevas como las de Alberto Prego, comprometido en causas medioambientales, participante en tantas limpiezas fluviales; la de su hermano Manolo, particular amigo de siempre de la familia Méndez; trabo breve conversación con el prejubilado profesor y diario billarista a tres bandas, Pepelino Monjardín, por ese apelativo conocido, no obstante ser su tercer apellido; con Carlos Barbosa, casi a la fuga, de saludo rápido; con Sechu Pastoriza, el director de este diario, algo más que breves palabras; con J. Ramón Nóvoa, primo del finado, en la víspera, lector mío que me advierte, con cierta sonrisilla, de algunas imprecisiones; besos con Mary Iribarren, consorte de Servando Méndez; Raquel Salgado acompaña a María, hermana del fallecido, que fue reina de la belleza en su día; Alba Fernández, la arquitecta que se ha hecho un nombre como ilustradora de J. Noguerol; Jorge Cachaldora, docente y empresario de peluquería, de reciente viudedad; Pepe Platero, con el que vivencias en la escuela de Periodismo, se hace acompañar de una hija; Oscar Outeiriño, el editor de este periódico, yerno del finado, el cual por doquiera se multiplica; su hijo Martín, nieto, a mis preguntas me dice que ha dejado el rugby y la Universidad, en Historia, para foguearse en el mundo empresarial; más que fugaz saludo con los hermanos Fernández, José Antonio, de Telefónica, directivo del Sto. Domingo y de la Gallega de Tenis, que fue, y Luis, en la banca, que me halagan al decirse lectores de mis escritos; parecería como si todo el Ourense conocido porque hasta Julio Bouzo, de la Escudería, con el que intercambio unas palabras en las que comentamos la habilidad de Iván Corral para aferrarse al cargo de presidente de la Gallega de Automovilismo por más de dos décadas; a más habría de encontrar como al publicista de esta casa, Santy Ordóñez, que también resulta tercer apellido, que segundo de su padre, pero más identificativo que su Gómez primero; Dolores Ulloa acompañada de sus hijos Javier, profesor de yoga, y Fernando, de batería; Antonio, ex de la imprenta digital Acero Plus, viene con Leo Pedrouzo, ambos fijando su residencia en A Manchica, acaso por cansados o por alejarse de la urbana convivencia, comensales, no pocas veces, del Ramón da Merca. Otras caras familiares pero a las que nombre no pongo por ignorarlo, y otras a las que nombrar imposible por olvido inopinado. Anxela Guitián, de breve saludo, cuando su padre continúa el paseo, y ella a la carrera para alcanzarlo, mientras a mi ya no me alcanzan más nombres.

Los funerales como lugares de encuentro dan para tanto… por eso los grupos tardan en disolverse, y si por ellos fuera, morada de la calle harían hasta el anochecer por tanto que hay que contar en el fugaz tiempo de que se dispone. Después, los familiares al retorno suelen reunirse a manteles como para reforzar la familiar cohesión, dado que las comidas unen aún más, como si quisiéramos recuperar lo que habitualmente se hacía en los pueblos: almuerzo familiar después de las exequias, con asistencia de oficiantes también. Al último asistí en mi adolescencia, allá en una aldea llamada Pereira, que no desvelo cuál, de las muchas que hay.

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