Opinión

Todo Ancares desde varias rutas

Imagen de un grupo de esforzados montañeros por los crestones de lo más montaraz de Os Ancares.
photo_camera Imagen de un grupo de esforzados montañeros por los crestones de lo más montaraz de Os Ancares.

Hablo telefónicamente con Benito Reza, Beny en la intimidad de su círculo, diario cuidador en temporada de un urbano y heredado huerto en su amada Celanova, de la que mejor exponente de su monumentalidad no pudiera hallarse; esto del cultivo de la huerta es a modo de alternativa o cambio de la función intelectual a la física, aunque también a la psíquica afecte, sobre todo cuando te hallas de cultivador de tomates, pimientos, lechugas, zanahorias, judías, patatas… que tú mismo vas a saborear; una necesidad el despegarse de la silla para los que inmersos en el estudio deben ejercitar el cuerpo, pero a veces no tienen huerto donde evadirse. Días ha estuvo en Cervantes, ese municipio ancarense, como invitado especial, como un a modo de reconocimiento para quien ha protegido aquel entorno desde la dirección de medio ambiente de la Xunta, previo conocimiento y pateo de la sierra donde cada rincón no es un secreto para él. Tampoco lo fue para José M.ª Castroviejo, el escritor cazador. Lo plasma Reza en un libro, “Vivir en Ancares”, sobre los aconteceres en aquellas montañas de las que describe desde la formación geológica, al paisaje, hasta a sus gentes; un libro más en el haber de quien unos cuantos ha publicado sobre el medio natural, hoy embarcado en la revista cultural Xanela.

Una carencia que no conociese el libro cuando he pateado Ancares desde el Miravalles a Pena Rubia; en esta sierra, una de las veces, dimos con unos montañeros que plantaron la bandera del Nunca Mais en la cumbre del Tres Bispos y nos admiramos de que uno, de más abundantes kilos y más pesada mochila que acompañantes colegas, que se le suponen a quienes de trepada en los riscos, fuese uno de los hincadores de la bandera y que también capaz fuese de subir allá donde dicen se reunieron tres obispos (de Lugo, Astorga y Mondoñedo) pero no en la cima, donde las talares ropas impedimento, si no en la Campa de Tres Bispos, o sea, más abajo.

Ancares me sonaba a casi lejano, por desconocido, hasta que hice unas cuantas excursiones: una desde el albergue de Ancares hasta Pena Rubia aprovechando pista, sendero, monte a traviesa, todo sin marcar en medio de una exhuberante vegetación donde nos entretuvimos zampando arándanos. Yo creía que alcanzar cumbre sería algo trabajoso pero la llegada como de improviso no produjo el efecto del montañero hacia lo desconocido y como premio a un esfuerzo no realizado. Pero al descender a los valles para alcanzar Degrada fue de la más dura experiencia porque nunca se alcanzaba la aldea de arribada, pues a un valle sucedía otro y otro en un incesante subir y bajar, investigando senderos al paso y, además, instaba una sed, que a duras penas íbamos apagando en aldeanas fuentes, previa demanda de su sanidad, si vecino se hallare al que preguntar, hasta arribar a Campa da Braña.

En otra descubierta ascendiendo desde Campa da Braña al Tres Bispos, Penedois, Corno Maldito, Pico Lanza, Mostallar y vuelta por su parte oriental rodeando las alturas antes holladas, la instante sed de un mayano día de impenitente solaina nos dejaba secos y con la boca pegada prometiéndonos beber en las manantes fuentes o lagunallos del costado oriental de la sierra, que, oh, colonizadas por un vacuno que apagaba su sed y dejaba su bosta de tal modo que temeridad libar, hasta que andando el camino y ya sombreados en el primero, mas estanque que fuente, casi nos sumergimos y la sensación de boca pegada a la lengua despareció, pero nos sirvió para situarnos en esos espacios desérticos donde la supervivencia difícil, porque en Ancares casi temimos por la nuestra.

En otra travesía que iniciamos en Piornedo, aldea de culto a la palloza y que varias tiene, hacia el Mostallar, al que ascendidos, bajamos, conectamos con el Pena Longa y después el Cuiña bajo el que la laguna de Ferreiros, aun con nieve en sus laderas y alguno a punto de precipitarse por una pradería en declive, de tan rala y compactada, que resbaladiza con canchales, restos de la última glaciación, en su base. Otro se bañó como enfriándose para la subida que quedaba, aunque más bajada monte a traviesa hasta Suárbol, la última aldea berciana; casi al lado, la lucense de Piornedo.

En otra, reciente, atacaríamos desde el puerto de Ancares al Miravalles casi rozando la cota 2.000. Fue una travesía por senderos a través del serrano crestón alternando entre la vegetación arbustiva, algunas pedreras y acometiendo la fortísima pendiente al Miravalles desde la parte suroccidental; después nos descolgaríamos por la falda norte hacia Balouta. Nos dijeron que por acá ya el oso se dejaba ver, como un retorno a un hogar que lo fue en pretéritos tiempos. Gozamos del espectáculo de unas rapaces, y de uno que oso parecionos bajo nosotros en la lejanía, pronto huidizo a la menor alarma; luego disfrutaríamos de un almuerzo en mesón por allá famado.

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