Opinión

Una mirada al lobo gallego

Celebraba en la casa de Cultura de Carballiño una sección de la SGHN (Sociedade Galega de Historia Natural) una juntanza casi especial para voluntarios que rastrean y muestrean al lobo. Acudí con unos amigos con el ánimo de hacer una excursión vespertina para la que daba el alargamiento de la luz diurna, por el cambio de horario, en el postrero día de marzo que el calendario republicano francés, establecido en la Revolución, a partir del 20 ó 21 de marzo llamaba Germinal, por el germen o semilla, hasta el 20 ó 21 de abril, que desde esta fecha llamaba Floreal, por florido; Pradial, por praderías, para mayo; Mesidor para junio, por miés o cosecha; Termidor, por el calor, para julio, y para finales de agosto, Fructidor, por los frutos, y así hasta completar los doce meses. Respondía a una lógica en comunión con la naturaleza.

Pues hallándonos en esa jornada lupina aprendimos mucho de lo que no sabíamos sobre el hermano lobo en Galicia, un animal este "canis lupus signatus", tan difícil de localizar que incluso estos rastreadores  de sus poblaciones apenas ven porque se ha hecho nocturnos por la presión humana o cuando amanece o sucede el ocaso, en el atardecer, cuando por abril el campo de sombras lleno, como algún poeta cantó. Por eso para seguir a las manadas usan foto-trampas, estableciendo cámaras en sus lugares de paso, los siguen también por las huellas, las raspaduras en las cortezas de los árboles, las deyecciones que dan información sobre lo que comieron. Unos estudios científicos que a veces sirven para poco dado que la Administración hace tabla rasa de las normas de protección de la especie sin atender a estos informes  autorizándose batidas por la presión de ganaderos y esos cazadores que se sumarán pronto para organizar las cacerías cual turba multa. Sí, cierto que ahora no se exhibe, como en tiempos, al animal abatido que se paseaba en los capós de los autos por pueblos, villas y ciudades para reunir unos cuartos por la eliminación de este feroz competidor del humano en el bosque boreal.

Cuando hace unos días alguien decía que el lobo era una especie invasora habría que preguntarse cuál realmente es tal. Primero se le demoniza y luego se le abate; pero el salvaje cánido ha sabido hurtarse a sus exterminadores que incluso empleando el lazo de acero, el cepo o el veneno no han acabado con la especie, que ya no demonizan, afortunadamente, las nuevas generaciones.

Sin dar pistas a depredadores hay manadas por una parte de la geografía gallega, capaces de un nomadismo constante o de asentarse allá donde haya alimento: corzos, potrillos, jabalíes,  que por cierto se han convertido en plaga, por culpa de la reducción de las poblaciones del lobo, al faltarles su natural depredador.

El lobo, capaz y con tales facultades de adaptación que muchas manadas ya no comen las vísceras de los animales envenenados o no, porque han aprendido que en ellas la concentración de estricnina es mayor y se les ha captado devorando todo menos las entrañas. Así que los venenos que se extienden a toda la cadena alimentaria, por más que prohibidos, todavía siguen presentes.lobo gallego

Colonizados por el lobo nos fuimos a dar una vuelta por la zona del parque carballiñés que tenía los mejores chalés (y aún tiene; muchos edificados sobre el solar de otros) donde ya no existe aquel con torre de una no tan lejana pariente, ni aquel otro contiguo chalet de la llamada Casa Mar donde íbamos por el verano a echar alguna partida de tenis, a darnos unos chapuzones en la piscina o a escuchar al piano a Heriberto Quesada, que tocaba entonces lo que en boga: las italianas de Domenico Modugno, Marino Marini o Renato Carosone sin descuidar a las americanas donde ya asomaba el rock. Yo iba con ese exquisito del saber estar que era Martín Aspilche como introductor, allí donde, mucho antes, de más niño que chaval, pasando unos días vacacionales con unos primos,  Pilís me enseñaría a andar en bici agarrándome por el sillín, pero dejaría de hacerlo para comprobar si ya dominaba el equilibrio, lanzándome cuesta abajo; aprendería, trastazo mediante, tendido en la herbosa acera de corpulentos plátanos de ésta entonces carretera nacional a Pontevedra.

En este "Carballiño York", así, irónicamente dicho, por sus altos edificios, que taponan su hoy monumento más señero, el templo de la Veracruz, muchos recuerdos de juventud y pasada esta, de no pocos amigos,  rememorando a ese Juan Corral, insigne docente que un día colgaría la sotana de seminarista de roja estola para labrarse una trayectoria en la docencia, reconocida por su pueblo que le donaría con una calle, y de los pocos que conocí con esa facilidad para trasmitir el saber, sobre todo con ese complicado latín lleno de verbos que es preciso aprenderse de memoria: verbos regulares, irregulares, deponentes, y esas seis declinaciones, que él con su método hacía asequibles. Como siempre, detrás de un gran hombre hay una mujer, que no lo es menos, ésta se llamaba Matilde, sin la cual difícilmente podría entenderse a Juan Corral. Recordaba cuando venía con sus alumnos del colegio Isabel la Católica para que se examinasen en el instituto de esta ciudad, el hoy Otero Pedrayo. Todavía, y en provecta edad impartía clases gratuitas a todo el que se las demandaba. "Memorandi dignus" este gran hombre.

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