Opinión

Contra la impostura

El sentido común se ha vuelto tan poco común en nuestro país que extraña encontrárselo de frente y por derecho, y dos víctimas de la sinrazón han enarbolado en los últimos días esta bandera con una lucidez ejemplar. El padre de Mari Luz, Juan José Cortés, contra la vergonzosa desidia de quienes tienen la responsabilidad constitucional de poner los medios para que la ley simplemente se cumpla, es decir, el Gobierno, y el no menos sonrojante desmarque de quienes están especialmente obligados a velar por su cumplimiento, que no son otros que los jueces. La viuda de Gregorio Ordóñez, Ana Iríbar, contra la miseria moral de quienes consideran compatible rendir homenaje a las víctimas de ETA y contemporizar con los amigos de los asesinos, como yo creo que ha hecho (una vez más, ¿cuántas van ya?) el PNV al sumarse al acto que el Parlamento vasco celebró el pasado sábado en memoria de Gregorio Ordóñez.


Muchos dicen que las palabras que pronunció en este acto Ana Iríbar fueron muy duras. Y lo fueron. Tras asegurar que la placa con el lema ’Gregorio Ordóñez luchador por la libertad’ descubierta ese día en memoria de su marido ’sólo tendrá sentido cuando el PNV rompa con quienes encubren, alientan y participan’ de la política etarra ’del tiro en la nuca’, la viuda del concejal del PP asesinado hace trece años por ETA pidió a la presidenta del Parlamento vasco que trasla dase al lehendakari Ibarretxe su ’más sincero desprecio por la deslealtad, la hipocresía y la cobardía con la que actúa contra los principios democráticos de miles de ciudadanos y las razones por las que Ordóñez fue asesinado’. Pero ¿lo duro son las palabras? ¿O es la realidad? Denunciar las imposturas y desenmascarar a los impostores es lo que cualquier demócrata consciente debe hacer, y lo que en mi opinión han hecho este padre y esta viuda. El denuncia que la Justicia, sin medios, no es justicia; ella que va siendo hora de que el lehendakari y su partido elijan entre los asesinos y los demócratas. Las placas, como ha dicho Ana Iríbar, son simples pedazos de bronce sin valor cuando quien las pone pretende estar, al tiempo, con las víctimas, y con los verdugos. La Justicia, como ha dicho Juan José Cortés, no merece tal nombre si ni siquiera es capaz de ejecutar sus sentencias.



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