Opinión

Una pequeña esperanza

Los grandes sindicatos españoles, antes llamados ‘de clase’, están necesitando un cambio de conducta al que, a juzgar por sus primeras declaraciones, tal vez podría contribuir el relevo de José María Fidalgo por Ignacio Fernández Toxo al frente de CCOO. El 'nuevo' en realidad es un nombre del aparato de CCOO de toda la vida de la rama del metal y era el ‘número dos’ de la dirección del líder saliente, con lo cual tampoco es que la 'revolución' sea para parar el tráfico. Pero a Fidalgo, persona excelente y coherente a mi modesto entender, se le veía desde hace tiempo algo cansado, como sin ideas nuevas que aportar el proyecto sindical ‘de clase’ (insisto) que encabezaba junto al líder de UGT Cándido Méndez, para evitar que el sindicalismo acabase devorado por la política: esa gran tragona.


Hablo a propósito de cambio de conducta y no de cambio de discurso, porque si el sindicalismo ‘de clase’ (repito) tiene hoy algún sentido, ese sentido no puede ser pegarse a la rueda del Gobierno como si fuera un ministerio más, acrítico y comprensivo con los apuros del Ejecutivo hasta olvidarse de que su única razón de ser, lo único que justifica su existencia con cargo al erario público, es la defensa de los trabajadores, si hace falta ‘contra’ el Ejecutivo. Con Franco ya tuvimos de ‘eso’, el Ministerio de los Sindicatos, pero aquello obviamente no era sindicalismo sino doma vaquera de la reivindicaciones laborales. Una farsa. Los sindicalistas con Franco donde estaban es en la cárcel. Marcelino Camacho, por ejemplo, hoy luchando contra las jugarretas de su memoria según cuenta en la radio su fiel Josefina, en el piso de siempre, y con la dignidad de siempre: mis respetos a los dos.


Toxo es más de la calle que de los despachos, dice. Ya veremos. En la calle, con la gente, en la cola del paro o en la del comedor social, o mejor en las dos, es donde tienen que estar los sindicatos. Mirando con lupa exigente cada 'ERE' sospechoso entre tantos como está pariendo esta crisis. Su responsabilidad es grande. Los poderosos ya tienen quien les defienda de la crisis: los gobiernos unidos. A la gente sencilla y normal, del montón, carne de parado; y ‘muy especialísimamente’, como decía mi abuelo para enfatizar lo muy muy importante, a los inmigrantes con o sin papeles pero sin colchón familiar que les ampare, que ahora comparten con los naturales las colas del paro y/o de la sopa de nuestro país y el hielo de la incertidumbre... les quedan los sindicatos... o la intemperie.



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