Benito Iglesias
La ministra y la quimera de la vivienda asequible
A estas alturas casi nadie desconoce lo que significan las siglas SGAE. Pese a que pueda parecer la trascripción onomatopéyica del sonido del estornudo de un perro sarnoso, ¡sgae!, ¡sgae!, lo cierto es que con estas malévolas letras se alude a la Sociedad General de Autores y Editores, nacida con el loable fin de preservar los intereses crematísticos derivados de los derechos de propiedad intelectual de compositores, escritores, directores de cine... Destaca en su página web esta asociación que, entre otras nobles causas, recauda los derechos generados por su explotación comercial y los reparte entre los autores y los editores musicales, descontando exclusivamente los costes derivados de esta gestión. Afán altruista donde los haya. Y sus directivos se llenan la boca de palabras grandilocuentes en defensa de la cultura de nuestro país, se erigen en salvadores de los artistas noveles, y demonizan y lanzan filípicas contra usuarios de las nuevas tecnologías y fanáticos de Internet, que comparten en la red archivos de música y demás obras protegidas por derechos de autor, esto es, por el famoso copyright.
No voy a entrar a debatir sobre la justificación de la existencia de esta curiosa sociedad (y otras similares que pululan en el mercado con la misma finalidad); tampoco sobre las inversiones inmobiliarias multimillonarias que la SGAE, con Teddy Bautista al frente, han llevado a cabo en España y en el continente americano, por muy mal que ello se compadezca con el carácter de entidad sin ánimo de lucro de aquélla. Ni siquiera profundizaré sobre la bondad o maldad del tributo que pagamos todos, sí o sí, ¿no lo sabían?, cada vez que compramos un aparato apto para almacenar obras protegidas por copyright (DVDs, mp3, cámaras digitales, teléfonos móviles, y muchos más.). Se denomina canon digital, y esa cantidad va a parar a esas sociedades gestoras pese que sólo compremos un disco DVD, por ejemplo, para guardar artículos de opinión, o para almacenar las fotos de la comida familiar en casa de la suegra, y uno no tenga pajolera idea de cómo va en Internet eso de los archivos compartidos pe dos pe (perdón por lo de pedos, que parece que hablo de las flatulencias de nuestra Pe Cruz). Lo de este auténtico censo real tiene su coña. Es como si en el momento de comprar un coche le llegase a uno una multa por exceso de velocidad y le quitasen dos puntos del carné de conducir, no vaya a ser el diablo que algún día me dé por correr y no sea pillado. Pero, repito, no me quiero cebar con este canon. Lo que quiero denunciar ahora es el comportamiento muchas veces insensible y mafioso de los inspectores de la SGAE, que no dudan en acudir como buitres a cualquier acontecimiento teatral o musical, ya sea de carácter educativo, infantil o benéfico, para reclamar el pertinente diezmo. La última hazaña de esta panda ha sido la de intentar cobrar a un instituto de A Coruña 95 euros porque sus alumnos, ¡cómo se les ocurre!, querían interpretar la obra teatral Bodas de Sangre de Lorca. Sí, señores, eso se llama promover la cultura entre los estudiantes. Lo peor de esto es que los propios herederos de Lorca se quedaron escandalizados al conocer la noticia y manifestaron expresamente su deseo de que se representara la obra de modo gratuito. Entonces, si la familia del poeta no recibe nada, ¿a quién se destina ese dinero? ¿Qué intereses dicen defender estos gestores de lo ajeno? Va a llegar un día en que estemos con nuestros amigos sentados en una mesa alrededor de botellas de viño e augardente de herbas, sintamos que surge entre nosotros la exaltación de la amistad, empiecen los cánticos populares, uno se arranque, no por bulerías, sino por el sublime Eche un andar miudiño, miudiño, miudiño, o que eu traigo..., y en ese momento entre por la puerta, entre nieblas, A Santa Compaña, contratada por la SGAE para recorrer las tascas y tabernas gallegas, en las que comensales regados en licores de la tierra canten canciones gallegas del cancionero popular, sin haber pedido permiso, ni tan siquiera, al dios celta Breogán. Y es que hay mucho borrachuza suelto cantando por ahí sin permiso de la SGAE.
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