Opinión

Concurso de ministros

 La suerte que tiene el ministro de Trabajo y Asuntos Sociales,  Jesús Caldera, incapaz de llevar a la práctica la Ley de Dependencia,  de tener de colega a la ministra de Fomento, Magdalena Alvarez, más  incapaz aún a la hora de poner en marcha los trenes de alta velocidad  prometidos. Aunque sea mayor aún la suerte de esta si compara su  semana con la del titular de Asuntos Exteriores, Miguel Angel  Moratinos, empeñado en hacer las paces con un Hugo Chávez cada vez  más bravucón.  Elegir en estos momentos al ministro más incompetente  del Ejecutivo de Zapatero sería tarea dificilísima, con los méritos  que están haciendo varios de ellos. ¡Y pensar que hasta hace nada se  creía que el caso de la ministra Trujillo regalando zapatillas a los  jóvenes para ayudarles a buscar vivienda era algo aislado!     Lo de Caldera no está siendo tan sonado como debería porque el  titular de Trabajo tiene suficiente experiencia a sus espaldas como  para saber que cuando a uno le va mal en política, lo mejor es  quedarse callado. Ahí es donde se le nota su fracaso. Ha pasado dos  años presumiendo de cómo iba a otorgar a todos los disminuidos y  dependientes el derecho a recibir ayuda del Estado y al poco de que  se aprobara la ley que lo estipulaba ha comenzado a pasar de  puntillas sobre la materia. Lo cierto es que la Ley de Dependencia  establecía, por ley como su nombre indica, que antes de terminar el  2007 estarían recibiendo ayuda los disminuidos físicos con  incapacidad total. Pero ni el ministerio ha consignado el dinero para  ello ni conseguido la cooperación de las comunidades autónomas, ni  las gobernadas por unos ni por otros.      Magdalena Alvarez, mucho más dada a la bronca y a meterse en  charcos, ambas cosas a la vez, podría aprender de Caldera en lo que  se refiere a callar la boca. Y eso que tiene la suerte de que  pronuncia tan mal que apenas se la entiende más allá de las generales  de lo que quiere decir, que suele ser echarle las culpas a alguien de  su incompetencia: a los periodistas, a las empresas constructoras, al  PP o a lo que en cada momento le convenga. Su fracaso con el AVE de  Barcelona, llevándose por delante al servicio de cercanías, le ha  valido la reprobación del Parlamento catalán. A las obras del AVE de  Málaga le han salido grietas que la ministra tapa mandando cachear a  los obreros para que no trabajen con teléfonos móviles capaces de  sacar fotos. El de Valladolid cree haberlo estrenado porque llegó a  esa capital a 160 kilómetros por hora, por una vía aún no  electrificada, tras pasar por dos pasos a nivel. Eso sí, ella sonrió  mientras hacía la v de la victoria.      Si no fuera por Moratinos, se habría convertido en el político más  ridículo de la semana. Pero el ministro de Asuntos Exteriores está  ganando a todos sus colegas por goleada. Ahí le tenemos, haciendo  todas las mañanas, cuando en Venezuela aún es de noche, unas  declaraciones en las que nos intenta convencer de que la crisis con  ese país está en vías de solución. Todo para que poco después, cada  vez que amanece en Caracas, Hugo Chávez se dirija a algún micrófono  para volver a insultar al Rey, amenazar a las empresas españolas  presentes en su país y atizar el resentimiento indígena contra la  colonización española. Después de haber considerado inocuo que  Marruecos retirara a su embajador en España, le parece una medida  desproporcionadamente grave retirar a nuestro embajador en Venezuela.  Parece como si el titular de Exteriores se hubiera propuesto a  permanecer quieto, sin hacer nada, a la espera de que aparezca otro  ministro de Zapatero que le desplace en el puesto número uno de los  inútiles miembros del Gabinete.

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