Opinión

Con el sudor de la frente

Si cerramos los ojos recordaríamos un pasado esplendoroso en el Pazo Paco Paz. Cuando la ilusión dominaba esta pequeña ciudad y miles de ourensanos se desplazaban hasta Alcalá de Henares para empujar al equipo hacia el ascenso a la ACB. Cuando unos tipos llamados André Turner, Chandler Thompson o Darrell Armstrong nos enseñaban cosas que nunca antes habíamos visto por estas latitudes y nunca olvidaremos.

Temporadas en las cuales nos codeamos con el Barcelona y el Estudiantes en unos apasionantes playoffs. El primero reflejado en la ceja partida del enorme e incontenible Clarence Kea. El segundo, en un quinteto titular de color bautizado como los ‘Jackson Five’: Turner, Thompson, Espinosa, Word y Wright. Después llegó el astronauta Armstrong y comprobamos asombrados que un fibroso jugador de apenas 1,90 podía apoyar el balón en su antebrazo y hundirlo en la cara del pívot rival. Los resultados ya no eran tan buenos pero ¡caramba! teníamos a este fenómeno y al tres veces mejor matador de la liga: Thompson.

Aquellos momentos sólo son el recuerdo de un pasado que no volverá. Una metáfora de nuestro país. El sueño se convirtió en pesadilla unos años después. Dos descensos a la liga LEB, el desfile incesante de entrenadores y jugadores, el vacío de la grada y la pésima imagen de un club endeudado con proveedores y trabajadores, depredador del dinero público y defraudador de Hacienda y Seguridad Social, costumbre habitual entre los de su ramo. Inestable en todos sus puestos –a excepción del de utillero- sin gobierno, desde la base hasta el primer equipo. Varias veces estuvo al borde de la venta o desaparición. La suerte y la entrada quijotesca de los personajes más variopintos mantuvo vivo al club, o tambaleándose, hasta la llegada de Jorge Bermello.

La realidad para el Club Ourense Baloncesto es una LEB Oro con gasto titánico en lo personal y lo económico para una directiva que ha conseguido revalorizar la imagen de la entidad. Una misión casi imposible en una ciudad tan peculiar como la nuestra, donde todos quieren asistir a la ópera sin pagar.

El nuevo COB de Rafa Sanz es –según lo visto durante los partidos de pretemporada- un equipo en el verdadero sentido de la palabra. No posee un jugador de probada fiabilidad y regularidad, tampoco un fino trompetista de jazz que rompa la partitura e improvise otra melodía, inspirado por su talento. Todos son jugadores de la clase media-baja de la liga, desconocidos para el gran público. Incluso para parte del pequeño.

Es una plantilla en teoría inferior a los Breogán, Burgos, Andorra, Melillla o Alicante, pero son y se sienten un equipo. Ahí residirá su verdadera fortaleza. El éxito y las victorias sólo llegarán tras el esfuerzo colectivo en defensa y ataque. Se ganarán las victorias con el sudor de la frente.

No hay una estrella que meta 30 puntos, será imprescindible que al menos dos rocen los 20 y el resto supere los cinco. No podrán darle el balón a un jugador e implorarle socorro. Entre todos tendrán que buscar al compañero mejor situado en la pista. No podrán permitirse un descanso en la defensa, desde el primero hasta el último, porque la estructura es como la de una falange espartana, donde todos los escudos forman un sólido caparazón que se cierra y avanza unido. Tampoco podrán tutear a algunos rivales en el 5x5, siendo la mejor opción la recuperación del balón y el rápido contragolpe.

El pívot Andy Ogide es el mejor ejemplo de este espíritu. Llegó a prueba en pretemporada, entre muchas dudas por su estatura y rendimiento. Entrenamiento a entrenamiento, partido a partido, se ganó la confianza del técnico y de muchos críticos. Es un tipo currante, sobrio, serio, cumplidor en su función sin desmelenarse en acciones que no le corresponden. Hay otros mejores en el mercado, pero las limitaciones del presupuesto y su actitud en la pista fundamentan su permanencia.

Estas razones no suponen una deshonra para esta plantilla ni un desánimo para el aficionado. En los partidos de pretemporada hemos visto detalles muy interesantes. No han metido triples desde nueve metros ni machacado el balón en la cara de un rival, pero han demostrado ser buenos jugadores de equipo, con excelentes dotes para el pase, desarrollando un estilo muy generoso y mostrando el orgullo que añoramos hace unas temporadas.

El baloncesto es, en esencia, un juego de equipo. Y pocos pueden derrotar, o al menos sin emplearse a fondo, a un equipo que juegue como tal. Este COB puede enganchar al público si exprime al máximo sus virtudes y disimula sus limitaciones. ¿Objetivos? Asegurar la permanencia lo antes posible y seguir asentando los pilares de un club demasiado sufridor en el cambio de siglo.

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