Opinión

La vida es un carnaval

Cuando el presidente del Comité Olímpico Brasileño dice en su discurso de apertura que el país está preparado para afrontar “la crisis que viene” –no recuerdo nada parecido en unos Juegos-pueden comenzar a temblar sus ciudadanos. Porque la multimillonaria inversión en la organización de semejante empresa supondrá, como en otros países, una fuerte recesión cuando se apague la llama. En el peculiar caso sudamericano, comenzó años antes del encendido. Si este despilfarro de las arcas públicas se emplease por completo en la organización de los mejores Juegos de la historia, como escaparate de país y en beneficio de sus habitantes, quizá podría justificarse. Pero todo indica que gran parte del dinero se perdió por el camino. Las quejas de turistas y deportistas son contínuas con respecto a la organización, infraestructuras, horarios, transportes y seriedad.

Los periodistas más veteranos encuentran un contraste radical entre Pekín y Río, parejo al carácter de ambas latitudes. En China, acostumbrados a un estilo marcial, todo estaba controlado, con pavor a la improvisación. En Brasil es el estilo predominante, eso sí, con una cálida sonrisa del voluntario de turno.

La piscina olímpica es un ejemplo de chapuza sin igual. Diseñada por un arquitecto español, la falta del presupuesto supuso que las autoridades tomasen el mando, incorporando cuatro estupendos pilares que impiden la visión desde las esquinas. Increíble, pero cierto.
Nos queda el alcalde de Río para alegrarnos la vida. ¿Qué los australianos se quejan de la villa? Pues les ponemos canguros. ¿Españoles? Toros ¿Keniatas? Leones ¿Rusos? Osos. Para qué llorar, si la vida es un carnaval.

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