Opinión

EDITORIAL | Dos años caminando hacia atrás

A un alcalde se le mide por el nivel de su gestión y no por el color de sus propuestas. Por eso detrás de la capa populista, de la mesiánica -“soy la única persona que tiene ideas para Ourense”-, de su victimismo y de todo su batallón de enemigos imaginarios, el núcleo del balance de los dos primeros años de mandato de Gonzalo Pérez Jácome queda prácticamente vacío. Solo el 10% de los ourensanos consultados por Infortécnica califica el trabajo del actual gobierno como bueno. El análisis resulta tan sencillo como demoledor.

Convertido en el más tenaz opositor a su propio pasado, el hipócrita oportunismo de Jácome nace de la falta de principios políticos y le permite brujulear sin rubor. Ahora, tras renunciar a elaborar el presupuesto del 2021 se agarra a la cuestión de confianza para aprobar mañana por las bravas unas borrosas pseudocuentas con forma de descomunal modificación de crédito de 62 millones de euros. Fundirá el ahorro del Concello a su antojo. La jugada revela tanto de su trabajo como del de la oposición. Porque el PSOE y PP no han sido capaces de atender a la ciudadanía y frenar este bochorno por capítulos: primero fueron las negociaciones postelectorales, luego la investidura de la que se cumplen dos años este martes, después la rotura del pacto bajo sombras de DO todavía sin aclarar por la justicia, el minigobierno de 3 ediles en una corporación de 27, el fracaso de la moción de censura y los amagos de reconciliación. Y esto ha hecho que un insignficante e incompetente alcalde (suma tres de 27 concejales, recuerden) se haya empoderado tanto que hasta impone condiciones al PP para regresar al grupo de gobierno.

El desafío para la mayoría de los representantes de la política ourensana es explicar a los vecinos que trabajan para solucionar los problemas de la vida pública y no para su propia supervivencia. Porque sin el factor partidista es imposible digerir hoy, con las cartas encima de la mesa desde hace meses, la posible vuelta al gobierno del PP o que toda la oposición no colabore para cambiar de alcalde, como se reclama de forma mayoritaria en el sondeo. Jácome nunca debió ocupar ese despacho de la Praza Maior. Esta reflexión no bebe del revanchismo sino de reivindicar unos mínimos imprescindibles de altura democrática y talante institucional, y los hechos sucedidos en este tiempo solo han sido la constatación de su incapacidad para asumir el cargo. En una triste lógica, el peor regidor de la democracia ha llevado a Ourense a su momento más bajo y concejales como Telmo Ucha han acabado protagonizando algunos de los episodios más vergonzosos recordados en la esfera municipal. El penoso episodio del último pleno, lejos de ser una anécdota, es otro síntoma de la necrosis impulsada por un alcalde que entiende la política desde el frentismo y la venganza: ahí queda el rastro de sus ataques a los agentes sociales con los que ha ido colisionando, su goresero cerrojazo al Auditorio, sus irrespetuosos intentos de cerrar la Universidade Popular o su boicot al concierto de Vargas Blues Band organizado por La Región y copatrocinado por el Xacobeo.

Pero más allá de la intolerable degradación del clima político, la fiscalización al regidor de la capital ourensana se construye desde los resultados obtenidos. Él se presentó a las elecciones municipales del 26 de mayo del 2019 con el lema de “adecentar y reactivar Ourense”. No ha cumplido ni lo uno ni lo otro. Lo evidencia el análisis publicado hoy en estas páginas o los centenares de lectores que se han ido quejando en estos 24 meses del estado de las aceras, calles, paseos o zonas verdes. Jácome no tiene un plan de ciudad, no aprueba el PXOM, no renueva las concesiones, no moderniza la movilidad, no es capaz de llegar a acuerdos con la oposición ni con otras administraciones, no se mueve para captar fondos europeos, ha anulado la programación cultural y desacredita a los trabajadores del Concello mientras crea una administración paralela repleta de oscuros asesores, buscavidas, resentidos y ciertos funcionarios ególatras con complejo de salvapatrias.

Sin pretenderlo, él mismo da la altura de su fracaso cuando alardea de sus éxitos: un cheque de 2.000 euros para los autónomos dañados por la pandemia, otro de 20 euros para los niños, activar un centro de Inteligencia Artificial con cuatro ingenieros, unas luces navideñas o mover una bandada de estorninos. El resumen es tan pobre que casi da apuro vincularlo a la tercera urbe gallega, víctima de una permanente regresión encarnada en el termalismo: en lugar de avanzar en los importantes retos pendientes, este gobierno ha ido estrangulando la oferta de lo que debería ser motor de desarrollo mientras intenta buscar excusas internas -funcionarios- y externas -en este caso, la Xunta- ante la mirada atónita de una ciudadanía cada vez más desencantada. Por eso el estudio demoscópico, más allá de la prospección electoral, funciona como reflejo de la peligrosa distancia existente entre los ourensanos y sus representantes públicos, merecedores de un suspenso colectivo en el que sobresale, por debajo, la nota del alcalde. Con dos años por delante hasta 2023 y todavía sin evaluar parte del impacto real del covid en la economía, la incógnita es ver hasta dónde aumentará esta brecha y cuántas de la heridas que se están infringiendo a esta ciudad se acabarán convirtiendo en irreversibles.

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