Opinión

Democracia para Cuba

Cuba ha llegado a un punto crítico. Si la caída de la URSS acabó generando el Maleconazo de 1994, la crisis de la pandemia cortó los ingresos del turismo para terminar de desnudar cada una de las miserias del régimen castrista. Las espontáneas protestas arrancadas el pasado domingo en San Antonio de los Baños y reproducidas con intensidad en diferentes puntos de la isla piden algo tan sencillo como pan, libertad, electricidad y medicamentos. Frente a la desesperación de su pueblo, el gobierno totalitario se ha comportado tal y como se espera de un gobierno totalitario: brutal represión, paramilitares ejerciendo de contramanifestantes, encarcelamientos de opositores y periodistas, propaganda conspiranoica y bloqueo de Internet.

Escuchar a Díaz-Canel dando la “orden de combate” a los CDR ha sido la última evidencia de que nada ha cambiado con el relevo de Raúl Castro. Las seis décadas que lleva Cuba convertida en una gran prisión flotante solo han servido para transformar un país pujante con una avanzada constitución en un anacrónico referente de la miseria. La Habana se convirtió en los años 40 en una ciudad dinámica con grandes obras civiles; ese camino de progreso se truncó con el golpe de 1952 y clases medias y altas vieron en Fidel Castro una solución de emergencia para evitar la guerra civil. Pero tras derrocar a Batista y prometer elecciones libres, el líder de “los barbudos” pasó del nacionalismo al marxismo-leninismo y metió a su país en un negro túnel con heridas agravadas año a año: la farsa del régimen cubano agoniza en 2021 entre bloqueos exteriores, hiperinflación, carestía de productos básicos y hasta la leyenda de su sanidad pública se ha terminado de desmontar ante la avalancha del covid. Lo único que funciona en Cuba es, además del yugo opresor, su capacidad para desestabilizar América Latina y el rol de congelador ideológico del comunismo a través de personajes tan tenebrosos como el Che Guevara.

De esa herencia contaminada bebe la parte de la izquierda española incapaz de ver desde su atalaya burguesa el totalitarismo que después corre a señalar en los países con regímenes de la otra acera ideológica. Podemos tiene incluso las agallas de no definir como una “democracia plena” el país que gobierna y a la vez decir que “no es una dictadura” un sistema bajo el que no querrían vivir ni 24 horas. Esta hipocresía no es nueva, pero es inconcebible que la presencia de ministros filocastristas pueda condicionar la postura del Gobierno en esta crisis: los fortísimos vínculos históricos con Cuba, que en la primera mitad del siglo ayudó a tantos miles de gallegos a encontrar el futuro negado en su tierra, convierten por obligación moral a España en un actor vital en la isla. Y como han recordado emigrantes cubanos en las páginas de este periódico y el miércoles en la Praza Maior de Ourense, es ahora cuando más necesita este pueblo la complicidad de la comunidad internacional.

Por eso esta semana ha sido tan desalentador atender a los ejercicios de gimnasia dialéctica ejecutados en el ala socialista del Ejecutivo para sortear el fondo de la cuestión. En un momento tan trascendental no basta con frases huecas, discursos melifluos, refugiarse detrás de la Unión Europea o ese “Cuba no es una democracia” del presidente Sánchez. Y desde luego es un completo insulto a la inteligencia y a la ética empujar el debate público a discutir sobre la naturaleza del sistema castrista -el que necesite argumentos puede leer a Reinaldo Arenas o al índice de The Economist- en lugar de ser vanguardia de la ofensiva diplomática que alimente la transición democrática pacífica en la isla caribeña. España debe ayudar con nitidez a los cubanos a alcanzar lo que están gritando con fuerza en las calles: patria y vida. Cualquier otra posición será una canallada completamente injustificable.

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