Opinión

EDITORIAL | El largo túnel de Ourense

En los dos kilómetros y medio del túnel de O Folgoso se encuentra hoy una parte importante de los lastres de esta provincia, que en lugar de ganar soluciones de movilidad parece perderlas y ahora le toca sufrir el cortocircuito de la A-52 sin ni siquiera un consenso político que aclare si las obras de restablecimiento han empezado. Habrá tiempo en los cuatro o cinco meses del desvío/penitencia de 26 kilómetros por el Alto de Fontefría para digerir la ironía de tener la amenaza de estamparse contra unas vacas mientras, por ejemplo, Extremadura presenta su moderna planta de baterías de litio. Volveremos a ese cliché tan conocido de “trabajamos a pleno rendimiento” -como si hubiese otra opción- y revoloteará el covid como excusa recordando otra lección de inversión pública: da igual cuando se lea esto, la coyuntura siempre será mala para Ourense. Por eso entró en el siglo XXI reclamando lo ya recibido por otras regiones, sufrió como nadie la congelación de proyectos estratégicos en la crisis y salió todavía más rezagada y hasta con los baches sin reparar en una lenta recuperación cortada abruptamente en el 2020. 

La cronología de casi cualquier gran infraestructura ourensana se puede resumir en cinco fases: promesa ante una carencia anacrónica, falta de dinero para pasar del papel al cemento, instrumentalización política, obras eternizadas durante lustros y resultado rebajado por pretextos previos. El esquema se impulsa con datos como ese triste 37% de la inversión destinada a Ourense en los Presupuestos Generales del Estado (PGE) que se ha acabado ejecutado en la última década y se entiende a través del AVE, que llegará tras vencer 6 plazos, enmascarar con cifras abultadas la falta de compromiso real, abusar de la paciencia de los ourensanos y con dos cojeras bien evidentes: la estación intermodal está muy lejos del diseño de Foster y falta la Variante Exterior. Nada sorprendente en una tierra experta en dos notables fenómenos: la diferencia entre lo que se anuncia y lo que se acaba inaugurando -ahí está de muestra la avenida Otero Pedrayo de la ciudad, de un ambicioso soterramiento acabó en dos rotondas con césped artificial- y tantas generaciones de diputados y senadores metamorfoseados de tenaces opositores a mansos corderos en las cercanías del poder. Mientras, la lista de agravios produce cada vez más sonrojo y genera una tercera circunstancia: los grandes actos inaugurales ya deberían ser solo un marco de reivindicación del resto de cuentas pendientes. Por eso, cuando se active el centro para adultos con discapacidad -tan necesitado por las familias de la única provincia gallega con esta deuda social- se debería reclamar completar la AG-31 hasta Portugal, cuando se reabra el Museo Arqueológico tocará la A-56 y culminada la circunvalación de O Barco celebrar una manifestación reclamando la A-76, una carretera que consigue incluso obtener cada año menos presencia en los PGE y demostrar que si en las prioridades centralistas Galicia es la periferia de España, Valdeorras es la periferia de la periferia de la periferia.

Sin duda, fue un éxito colectivo colar a la despoblación en la agenda pública pero es imposible no escapar de la paradoja de analizar las felices oportunidades de los fondos NextGeneration -si en su reparto se atiende por una vez a los criterios de cohesión- mientras Ourense sigue padeciendo problemas más propios de generaciones anteriores, como regionales averiados o carriles cortados siete meses tras un desprendimiento. En la comparación con el Eje Atlántico, ojalá también estuviésemos ahora clamando por la gratuidad de la autopista a Lugo, al menos eso significaría su funcionamiento y no tocaría enfrentarse a los hechos: se han avanzado nueve kilómetros en dos décadas. ¿Cómo se puede vertebrar un territorio así? El vacío interior es tan evidente como la correlación entre el déficit de infraestructuras y la pérdida de atractivo para fijar nuevas iniciativas empresariales. Porque de nada sirve pedir más exportación a las empresas si luego las lanzamos por las viejas nacionales ni demandar la movilización institucional si luego, cuando los alcaldes de la Raia tejen un potente acuerdo junto a Diputación y Xunta en favor de la conexión lusa con A Gudiña llega Pedro Sánchez y excluye sin rodeos a Ourense de su cumbre con António Costa. Cuatro meses después de aquel destierro, la realidad es que ya solo se escucha hablar del AVE Oporto-Vigo e incluso proyectos que en otras ciudades serían burocráticos, como la circunvalación este o el agrupamiento de edificios de la administración autonómica, se convierten aquí en otra sucesión de frustrantes rebotes en la hemeroteca. 

Coincide curiosamente en el tiempo el grito de los empresarios ante el creciente impacto socioeconómico causado por el tapón en la gran arteria del sur gallego y la reapertura del juicio a Audasa por los perjuicios a los usuarios de la AP-9 durante las obras del puente de Rande. Haciendo el ejercicio, ¿alguien se imagina la factura que deberían exigir los ourensanos tras tantos años sin las autovías interiores, esas pésimas conexiones ferroviarias o todos los equipamientos retrasados?

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