Opinión

La estación que Ourense merece y necesita

Ourense espera, desde hace más de una década, la llegada del tren de alta velocidad. En el curso de tan largo plazo, ha aceptado con paciencia los sucesivos aplazamientos que, según cada uno de los responsables políticos que los anunciaba, se verían compensados con una infraestructura de mejor calidad y en mejores condiciones técnicas.

A lo largo de esos años hemos escuchado frases grandilocuentes en relación al futuro ferroviario de Ourense. Desde lo que significaría en términos de desarrollo económico y de creación de empleo, al papel protagonista en el contexto ferroviario gallego, como la gran estación central de Galicia, el nudo desde el que los trenes saldrían en dirección al resto de las ciudades gallegas, así como su carácter regenerador de un nuevo tejido urbano en A Ponte que dejaría de estar partido en dos.
Políticos de uno y otro partido hablaron siempre de una nueva estación para Ourense en A Ponte. Y no de una estación cualquiera. Se referían a ella como el gran hall de entrada desde el que miles de viajeros llegarían a una ciudad y una provincia cargadas de patrimonio y recursos termales y turísticos que este nuevo modelo ferroviario iba a desvelar y contribuir a aprovechar. Pero también hablaron de la gran central intermodal del transporte desde la que los vecinos de todas las localidades de Ourense e incluso de otras vecinas, podrían acceder, nada más bajar del autobús, a un AVE que los conectaría con el resto del mundo.

Se acerca la hora de la verdad y parece, sin embargo, que aquellas palabras se las empieza a llevar el viento y el futuro de Ourense quiere vincularse a una estrategia de austeridad que muy bien le habría venido a los intereses de España cuando proliferaron aeropuertos donde no aterrizan ni despegan aviones, autopistas por las que no circulan coches o infraestructuras y edificios faraónicos para satisfacción de egos personales y quedar bien con unos votantes que, llegado el momento supieron castigar en las urnas a quienes destinaron cientos de millones a obras de discutible utilidad, a costa de imponer luego sacrificios que una moderada gestión de los fondos públicos habría evitado.

Ourense sabe de austeridades, de una economía sobria basada en el ahorro. Esa es la línea que ha marcado el devenir de los ourensanos a lo largo de su historia contemporánea. Por eso entendemos que una obra pública ha de estar exenta de lo superfluo, de aquello que encarece su coste simplemente para colmar vanidades. Pero una administración que reconoce pasados y sistemáticos pecados de despilfarro en otros lugares no puede venir ahora a aplicar una austera penitencia cuando le toca el turno a Ourense. Queremos para Ourense lo que Ourense necesita; no más, pero tampoco ni un euro menos. La estación ha de ser el resultado de un proyecto que cubra todas las necesidades presentes y futuras tanto de la operatividad ferroviaria, como de su intermodalidad con otros medios de transporte; que resuelva la integración urbanística de A Ponte, quebrada hace casi sesenta años cuando se construyó la actual estación Empalme; que ofrezca un servicio integral a los viajeros con comodidad y pensando en el día de hoy pero también en mañana y pasado mañana, ya que se trata de una infraestructura que va a tener que satisfacer las necesidades de futuras generaciones; y ha de ser, por qué no exigirlo, un edificio que aporte valor arquitectónico a una ciudad que sabe cuidar el que ya posee y que merece que se la dote con infraestructuras que estén en armonía con su perfil urbano.

En este caso más que nunca, lo que es bueno para Ourense es bueno para Galicia. Ha llegado nuestra hora y los políticos ourensanos han de demostrar que están a la altura de lo que se espera de ellos. El Concello, como parlamento más cercano a los intereses de la ciudad, ha de ser el primero en defender esos intereses ante cualquier administración. El alcalde no puede confiar en que otros tomen decisiones que puedan condenar el futuro de la ciudad y de la provincia con excusas técnicas de dudoso fundamento. Los ourensanos estamos dotados de la fuerza moral de no haber sido cómplices ni partícipes del despilfarro pasado. Por eso nuestro futuro no puede ser hipotecado por una temporada de rebajas y saldos.

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