Opinión

SOBRE EL ARTE DE BIEN MORIR

La clausura del XLI Congrego de Hospitalidades de Nuestra Señora de Lourdes que tuvo lugar en nuestra ciudad el domingo 18-11-2012 me sugirió unas reflexiones que quiero hacer en voz alta. Lo primero, alabar la finalidad que persiguen las ponencias: 'Llevar a cabo la formación cristiana para ponerla en valor y aplicarla a las personas que lo necesiten'. La temática fue muy importante pero yo pediría a los organizadores que en congresos sucesivos toquen un tema un tanto descuidado por capellanes de hospitales, sanitarios y centros geriátricos, que a la hora más decisiva únicamente se preocupan de administrar la santa unción, cosa que me parece muy bien, pero están olvidando que la ayuda espiritual a los moribundos tiene que ser mucho mas amplia. La ausencia de esta ayuda por parte de sanitarios y capellanes es propia de la cultura moderna occidental. Cada día hay más personas que mueren solas con gran angustia y decepción. Al morir no tenemos solo derecho a que nuestro cuerpo sea tratado con respeto sino también nuestro espíritu. Este tendría que ser uno de los principales derechos de cualquier sociedad civilizada: el morir rodeado de todos los cuidados espirituales y materiales. Hoy no sabemos ayudar a los seres humanos a morir dignamente.


La atención espiritual no puede ser un lujo reservado a unos pocos. En Occidente, el miedo a la muerte genera un sufrimiento mental. A las personas nos tranquilizaría saber que en el lecho de muerte seremos atendidos con afecto y compasión. La única atención que suele prestarse a los moribundos en Occidente es la asistencia al funeral. En el momento en el que más vulnerables somos, quedamos casi completamente desprovistos de apoyo y de consuelo. Ayudar a los moribundos es como tender la mano a uno que está a punto de caerse para sostenerlo. A los moribundos, además de confesarlos y ponerles la santa unción, hay que darles esperanza y ayudarles a que se dispongan a encontrar perdón. Lo más importante para el moribundo es encontrar una práctica espiritual.


En el momento de la muerte hay dos cosas que cuentan: lo que hayamos hecho en la vida y el estado mental en el que nos hallamos entonces. Deberíamos tener una actitud mental positiva. Es esencial que la atmósfera que nos rodea en ese momento de la muerte sea lo más pacifica posible. A ser posible es mejor que amigos y parientes, antes de los instantes de la muerte, cesen en sus sollozos y no derramen lágrimas en su cabecera, ni dispongan o hablen de herencias, dado que el moribundo eso lo siente como si fueran truenos y granizos.


El proceso de morir consta de dos fases de disolución: una externa cuando, se disuelven los elementos materiales, y otra interna, la de los estados de pensamiento, de conciencia y de emociones. Cuando morimos es como si retornáramos a nuestro estado original, todo se disuelve mientas el tiempo y la mente se deshacen. A los moribundos hay que darles esperanza y hacer que encuentren el perdón.


A pesar de los hechos tecnológicos la sociedad urbana carece de una verdadera comprensión de lo que es la muerte y lo que ocurre durante y después de ella. En las ciudades se les enseña a las gentes a negar la muerte y a creer que no significa más que un aniquilamiento y una pérdida. La mayor parte de la gente joven que vive en las ciudades viven o bien negando la muerte o aterrorizados por ella. Las personas que se hallan a las puertas de la muerte requieren amor y cuidados espirituales y materiales, pero también necesitan algo más profundo: descubrirles un verdadero sentido de la vida y de la muerte. En el mundo moderno la mayoría de las gentes mueren sin estar preparados, de la misma forma que han vivido sin estar preparados para la vida.


Afortunadamente comienza a haber un cambio de actitud: e1 movimiento de los cuidados paliativos está llevando a cabo un trabajo formidable para ofrecer tanto cuidados prácticos como apoyo emocional a la hora de la muerte. La muerte no es deprimente, ni seductora. Es sencillamente un hecho de vida. Podríamos utilizar nuestras vidas para prepararnos para la muerte. Privemos a la muerte de su extrañeza, frecuentémosla, acostumbrémonos a ella. Hoy nadie habla de la muerte, ya que nos han inculcado la idea de que hablar de estas cosas solo sirve para estorbar nuestro 'progreso' en el mundo. Para rematar yo le diría a mis compañeros sacerdotes que muchas veces se sienten tentados a predicarles a los moribundos o a darles una receta espiritual, que piensen que no es su tarea convertir a nadie, sino ayudar a la persona que tienen delante. A los médicos y sanitarios les diría que tienen que darle mucho consuelo a los moribundos tocándole las manos, mirándole a los ojos, dándole un suave masaje y acunándolos entre sus brazos. Lo que quiere el moribundo es lo que tú más querrías: ser verdaderamente amados y aceptados.

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