Opinión

Chanelazo inapelable

En pocos días los españoles hemos tenido dos brotes de ilusión popular causados por un deportista, Carlos Alcaraz, el joven tenista murciano con su triunfo en Madrid, y por una joven española, Chanel, con su triunfal actuación en Eurovisión. En el primer caso, “rotundo”; en el segundo, impedido por una extraña norma de Eurovisión.

Desde su aparición en 1956 viene siendo un clásico la convocatoria popular a sentarse ante el televisor para ver y criticar el certamen de la canción inspirado en el italiano de San Remo y bautizado como Festival de Eurovisión. Su ámbito territorial ha cambiado con los avatares políticos y en la actualidad participan países tan europeos “sin ir más lejos” como Australia. La caída del Muro de Berlín y del Telón de Acero determinó unos cambios territoriales notables con la aparición de nuevos países europeos de pleno derecho; nada que objetar, pero evidente que, por numerosos, complicaron la fase de votaciones. Estas se reorganizaron, tanto las de espectadores como las de especialistas y este proceso dio lugar a lo que los argentinos llaman “un quilombo”, un lío.

Un follón que explotó este año, aunque “la maniobra“ se aplicó en anteriores ediciones. ¿A qué me refiero? Un suceso, un acontecimiento único cualquiera debe ser juzgado a la vez por los distintos juzgadores; que los técnicos juzguen un ensayo y el público el espectáculo directo es injusto, pues el objeto valorado es diferente. Chanel debió ser ganadora si no hubiera habido manipulación grosera. Vamos, un asquito.

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