Opinión

¡Qué putada!

Me sale del alma gritar con furor. Por favor, perdónenme la expresión. Pero ¿qué decir ante la marcha de un valiente que ha luchado durante más de diez años con el cáncer para continuar representando su más autentico y cálido personaje? Cuando un amigo se va, algo se muere en el alma, dice la copla. Cuando ese amigo es Sancho, Sanchito Gracia, lo que queda de alma se resquebraja.

Optimista, cariñoso, leal eran algunos de sus atributos. Nos conocimos allá por los primeros sesenta cuando no nos sobraba el dinero y coincidíamos ambos con el recientemente fallecido Gustavo Pérez Puig en la sucursal de la calle Arenal de Madrid del desaparecido Banco Rural y Mediterráneo, para que el director, un bondadoso coruñés, Antonio Roque Bao, nos descontase letrillas de pelota para subsistir. Sancho prosperó. Tenía una de las mejores voces de la escena española, decía el verso primorosamente y era un galán indiscutible. Le llegó el triunfo con un personaje que casi le robó la personalidad: Curro Jiménez, una de las series de TVE de mayor calidad y éxito. Desde entonces era conocido como tal en las calles de España e Hispanoamérica.

Juntos conocimos a un joven licenciado en Derecho que llegó enchufado a TVE de la mano de Jesús Aparicio Bernal como secretario de las Comisiones Asesoras. Resultó un brillante alpinista que consiguió escalar la cumbre de la Moncloa doce años más tarde: Adolfo Suárez González. Como anécdota curiosa, recordaba hace unas horas, con Mara Recatero, viuda de Pérez Puig, la vivida por Sancho Gracia, Mara, Gustavo y yo en la tarde del 29 de enero de 1981, fecha de la dimisión del presidente, en que fuimos los únicos amigos que acompañamos a Amparo Illana en las dependencias privadas del Palacio de la Moncloa mientras en la planta principal se decidió el liderazgo de Leopoldo Calvo Sotelo.

La última vez que nos vimos fue aquí en Ourense, en el Teatro Principal. Presencié la función con nuestro fraternal amigo Oscar Outeiriño, y al terminar nos dedicó alabanzas que nunca olvidaré. En los últimos veranos era habitual encontrarle paseando por As Pías, cerca de Mondariz y Ponteareas. Sancho, espérame en el cielo o, ¡qué carallo!, donde lo podamos pasar como cuando éramos más jóvenes, ¡ayer!

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