Opinión

La vida, ¿sigue igual?

Entre los artículos de costumbres de Mariano José de Larra me llamó la atención el que dedica el 6 de mayo de 1836 a glosar “El Ministerio de Mendizábal”, folleto escrito por el joven liberal y afamado poeta José Espronceda. No es un canto al pirata ni un arrebato desesperado ni un himno a la inmortalidad ni un canto a su amada Teresa. Larra recoge las críticas que el de Almendralejo dispara hacia Mendizábal, el Rajoy de entonces, cuando dice: “Este gran pacificador de la familia española, lejos de realizar las esperanzas fundadas en sus grandilocuentes promesas (…) ¿qué reformas se ha hecho?,¿qué empleos inútiles se han abolido?, ¿qué ahorros de importancia en las administraciones se han hecho en el oneroso presupuesto que abruma a los pueblos? Porque esto era lo que más interesaba a un Gobierno que había ofrecido llenar todas sus obligaciones sin gravar a la nación con nuevos tributos”.


Continúa Larra citando al folleto de Espronceda: “No olvida el autor esta polilla del tesoro español, ese cúmulo de cesantes y ex ministros a quienes la patria paga sueldos crecidos, después de haberlos cesado por cambios políticos” (más o menos la hoy llamada 'puerta giratoria'). Pero ¿cómo se quiere lograr este fin no viendo más termómetro del público bienestar que el alza o baja de los fondos en la Bolsa, en cuyo movimiento sólo se interesan veinte jugadores, y que el labrador no entiende nunca? ¿Cómo se le quiere interesar trasladando los bienes nacionales, inmenso recurso para el Estado, de las manos muertas que las poseían, a manos de unos cuantos comerciantes, resultado inevitable de la manera de venderlos adoptada por el Ministerio? ¿Cómo se atreve el Gobierno a disponer de los bienes del Estado a favor de los acreedores sin pensar aliviar con ellos la condición de los pobres? No hablaremos de la venta de bienes nacionales (se refiere a la famosa Desamortización de Mendizábal, ¿comparable tal vez con las privatizaciones actuales?), que si no derogan las Cortes aumentará, sí, el capital de los ricos, pero también el número y mala ventura de los proletarios. El Gobierno, que debería haber mirado por la emancipación de esta clase, tan numerosa por desgracia en España, pensó (si ha pensado alguna vez en su vida) que con dividir las posesiones en pequeñas partes evitaría el monopolio de los ricos proporcionando esta ventaja a los pobres, sin ocurrírsele que los ricos podrían comprar tantas partes que compusiesen una posesión cuantiosa”.


Esto, comentaban Espronceda y Larra en 1836. Nos separan dos repúblicas, una guerra civil, cinco magnicidios, siete constituciones, numerosos atentados terroristas y las tensiones siguen siendo parecidas. Han pasado 178 años y muchos problemas son casi los mismos, las “chácharas” parlamentarias continúan y el bien común, el interés popular, los ciudadanos: seguimos tocando el tambor. ¡La vida sigue, casi igual ¿Hasta cuando?

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