Opinión

Los grillos

Otro “juego” era la caza de los grillos.En esto también Castor era un experto: entraba él solo en un prado -nosotros quedábamos mirando- en el que se oían los cantos de los grillos; su agudo oído le llevaba al grillo que mejor cantaba y conseguía cazarlo. Luego, a nosotros nos distribuía rodeando el prado y nos indicaba cómo debíamos aproximarnos al “burato”, y a gatas, tratando de hacer el menor ruido, luego con una pajita en la mano, la introducíamos en el agujero, y moviéndola le cantábamos “gri, gri, sale, carnicero”, hasta que el grillo salía.

Una vez cazado se lo llevábamos al Castor y él se encargaba de analizarlo, para saber si era macho o hembra; nos decía que los distinguía por las alas. Esta operación era necesaria y las hembras las soltaba; nos decía que las hembras no cantan. Con el grillo entre sus dedos, le soplaba por detrás de las alas y, según el sonido que emitiera, decidía que era bueno o no. Si no le gustaba lo dejaba entre la hierba; si era bueno, como iba siempre armado con una cajita de cartón se los guardaba y alguien después los vendía en la Plaza de Abastos, en la zona del “rianxo”, metidos en unas jaulitas de alambre. Se puede decir que por aquel tiempo en todas las casas teníamos un grillo.

En este 2014 que se cumplen diez años del fallecimiento de nuestro gran poeta Antonio Tovar Bobillo (16/6/2004), y ando releyéndolo precisamente su “Diario íntimo dun vello revoltado”. En la página 21 se refiere a los gri- llos y escribe: “Eu de neniño tiña un grilo que apañara o meu pai á beira de Miño e trouxera para a casa e mercárralle una grileira e puxéralle un anaquiño dunha folla de leituga.Eu ás noites escoitaba, sentía o grilo grilar, o meu grilo grileiro, e durmía alegre”.

 

AVISPAS Y “AVEXOUROS"

El otro juego era el de “la avispa”. Primero había que cazar una buena mosca y, viva, se le atravesaba el cuerpo con una paja. Con la mosca moviendo sus alas en la punta de la paja se iba a un avispero en la búsqueda de una avispa. Para animarla al banquete que se le ofrecía, se le cantaba “vespora, vespora, vente a palla, que che ei dar uha tallada”. El juego, que quizás no fuera tal y sí una distracción, consistía en ver volar a la avispa llevando colgada una paja. Operación ésta más espectacular por el vuelo veloz, que también hacíamos con los “avexouros”.

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