Opinión

Los juegos de entonces

Teníamos unos juegos que hoy están olvidados por nuestros hijos y creo que son totalmente desconocidos para los nietos. Estos que relato hoy no me pararé en desarrollarlos, pues creo que se ha escrito mucho de ellos y que, cuando termine el recorrido, algún juego se me quedará en el tintero (bueno, en el ordenador), pero sé que algún amigo me parará en la calle para decirme de los que me olvidé.

“La viola”, con este juego dábamos la vuelta a la manzana. “El almendruño-alza el puño” lo jugábamos con las cartulinas de las cajas de cerillas. “Las estampillas”, en cualquier pared, y “Los cromos”, de diversas colecciones. El trueque lo hacíamos, especialmente, frente a “La Viuda”. “Chorro, morro, pico, taina”, respaldados en cualquier pared. “La bandera”, un gran juego que lo hacíamos en la parte central del jardín del Posío. “El peón”, “Las bolas” y “La culebra”, en las dos plazuelas, ya que el suelo era de tierra. “La billarda”, nuestra calle se prestaba muy bien por ser tan larga, a veces llegábamos dándole al “palao” hasta el Colegio Sueiro. “El galope”, “La pelota”, en la calle ancha. Las peleas a (cantazos) pedradas, contra los vecinos de la calle Reina Victoria, o para la lucha con espadas de palo nos citábamos en “la Vía”, y “Policías y ladrones”.

LA CAZA DE LOS LAGARTOS

El buen amigo Castor, que vivía con su familia en la Casa de Rairo, del que hace muchos años no sé nada, era muy amigo de los animales, acariciaba a todos los perros callejeros y casi siempre andaba con un gato en los brazos. Capitaneaba nuestras salidas a “la Vía”, y a veces, siguiendo el camino de hierro, llegábamos hasta las inmediaciones de Seixalvo. Eran las tardes de calor y, en vacaciones de verano, le encantaba la caza de los lagartos. De este juego-entretenimiento sí haré un pequeño relato. Él sabía de los lugares en que los lagartos salían a tomar el sol. Cuando corría para cazarlos, siempre perdían un trozo de su “rabo”. Castor lo pasaba mal creyendo que había dañado al animal, pero, ya de mayores, supimos que la pérdida de un trozo de la cola es estrategia del animal al verse en peligro y que, pasado el tiempo, le vuelve a crecer. Cuando los tenía en sus manos, lo primero que hacía, ya que el lagarto siempre tenía la boca abierta en actitud de morder, era ponerle un papel de fumar en la boca, tirar y así le sacaba los dientes. Nos mostraba sus distintos y hermosos colores, los acariciaba y, si les apretaba la barriga, a veces les salía por el ano un grillo. Demostrada ya su habilidad de cazador, los soltaba, y ya íbamos a la búsqueda de otro.

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