Opinión

Los Reyes Magos

El año de este acontecimiento no viene al caso, pues saldría a relucir la edad de mis estimadas mujeres. Suena el teléfono de casa, a la hora de comer, y la llamada es de Milagros. Está muy nerviosa y preocupada; Mari Paz llegó a casa llorando, se cerró en su cuarto y no quiere salir para comer: “Está para nosotros enfadadísima”. Resulta que, como todos los días, estaba jugando en el parque de Las Mercedes y unas niñas se rieron de ella por creer en los Reyes Magos, y le dijeron lo que ningún niño quiere escuchar ni dejar de creer. Milagros, su madre, me pide ayuda para darle solución a tan gravísimo problema familiar.


Por aquellos días, un grupo de orensanos estábamos comprometidos con ampliar el viejo caserón -palacio en otro tiempo, edificado en la época del obispo don Francisco Blanco de Salcedo (1556-1565)- de Sobrado del Obispo, para residencia y colegio de niñas, en las campañas de “La calefacción” “Operación ladrillo”, “Una sonrisa un clavel”. Y una de nuestras actividades era llevar a los Reyes Magos a que entregaran los regalos a las niñas allí residentes, y ya teníamos concertada su visita. Me las apañé para que el Rey Melchor adquiriese un nuevo compromiso, una visita más, solo a una niña. Tratamos de que se acomodara como buenamente pudiese en el Renault 4-4, y me acompañase a casa de Mari Paz, cosa que hicimos una vez finalizada la Cabalgata por el centro de la capital.


Cuando llamamos a la puerta del domicilio ya era la hora de la cena. La familia nos esperaba como agua de mayo; la niña no había comido ni merendado y seguía en sus trece, de no abrir la puerta de su habitación y no querer ver a nadie. Los padres y las tías de Mari Paz informaron al Rey Melchor de los gustos de la niña, el nombre del colegio, el de la profesora, a qué juegos jugaba, nombre de las amiguitas y su edad, qué regalos había pedido... A esto último, el Rey dijo que “ya había leído la carta de Mari Paz”. Se le insistió a la niña que abriera la puerta, que tenía una visita muy importante, un personaje que quería hablar con ella. Tardó en abrir y, nada más darle vuelta a la llave, volvió a meterse en su cama y taparse sin querer ver ni hablar. Su Majestad abrió la puerta; la magia del Rey, que para eso son Magos, hizo que la niña le escuchase, se emocionase y recuperase su ilusión, y esperar a que, a medianoche, como todos los años, su Rey, el Rey Melchor, acompañado de sus pajes dejase en su casa, como en las de todos los niños del mundo, los regalos.

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