Opinión

¿Qué hay de lo mío?

En el mercado de oportunidades abierto por Pedro Sánchez -vote mi investidura y pídame lo que quiera- el que no corre, vuela. El último en apuntarse ha sido Íñigo Urkullu. Si desde Waterloo Carles Puigdemont exige amnistía para sí mismo y para el resto de los procesados pendientes de juicio por los sucesos del “procés” y Oriol Junqueras, desde ERC, añade un referéndum de autodeterminación, el “lehendakari” plantea crear un Estado plurinacional en el que estaría reconocido el derecho a la independencia de vascos, catalanes y gallegos.

Es una reformulación del “Plan Ibarretxe” que fue rechazado por el Congreso en 2005, pero que vuelvan a plantearlo ahora da idea del clima político español. Antes de la llegada de Pedro Sánchez estos asuntos propios de los nacionalistas periféricos estaban descontados por recurrentes. Pero la llegada de Podemos (Pablo Iglesias) que fue el muñidor de la moción de censura contra Mariano Rajoy que instaló en La Moncloa a Pedro Sánchez lo cambió todo al contraer deudas con Esquerra Republicana, EH Bildu y con el PNV. Despertó la hidra.

Partidos minoritarios que como hemos visto en las pasadas elecciones del 23J apenas suman entre todos 26 escaños -el Congreso tiene 350-, se han envalentonado y están marcándole rumbo a un Pedro Sánchez urgido, de nuevo, de su apoyo parlamentario. En esta ocasión para ser investido presidente del Gobierno tras el presumible fracaso del candidato de los populares Alberto Núñez Feijóo.

Íñigo Urkullu es el mascarón de proa de la oligarquía peneuvista que lleva cerca de medio siglo gobernando en el País Vasco y proclamando querer subir al cielo (la independencia) pero sin haber demostrado tener excesiva prisa. Ahora visto que EH Bildu les está comiendo la tostada -el 23J los de Otegi les sacaron 63.000 votos y un diputado más- les ha entrado apremio. Se apuntan al “qué hay de lo mío”.

Aprovechando la patética debilidad política de Sánchez, quieren una parte del pastel que pueda estar cortándose encima de la mesa y que pretende impugnar el actual régimen constitucional. Un proceso plagado de riesgos e incertidumbre política nacido al calor de un hecho sino insólito, sí poco frecuente: la ambición de un solo hombre: Pedro Sánchez. Un ciudadano que podría evitar las tensiones que se derivaran del intento de trocear la soberanía del pueblo español, pero que como acabamos de presenciar ha rechazado esa posibilidad ignorando los pactos que le planteaba el líder de la oposición. La responsabilidad que contraen los diputados del PSOE apoyando esta deriva es enorme.

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