Opinión

Sánchez y la Diada

La ensoñación del independentismo sigue viva en Cataluña, pero a juzgar por el número de ciudadanos que en Barcelona participaron el lunes en la Diada ha decaído mucho en relación con actos similares de otros años. Poco más de cien mil personas participaron según datos de la Guardia Urbana. Hasta un millón de manifestantes salieron a la calle en otras ocasiones. ¿Quiere decirse que el problema -por consunción- estaría en vías de solución? No. No, porque quienes alimentan el conflicto y viven de su prolongación: ERC, Junts y sus organizaciones satélite, están en manos de políticos que han dado con la tecla para seguir alimentando la causa. Cuentan con la debilidad parlamentaria del PSOE y con la ambición de poder de Pedro Sánchez cuya continuidad en La Moncloa depende del apoyo de ERC y del voto de los siete diputados de Junts, el partido que lidera a distancia, desde su refugio de Waterloo, Carles Puigdemont, reclamado por la Justicia por los delitos cometidos en el intento sedicioso del “procés”.

Que la manifestación del 11 de septiembre de este año por decirlo en términos coloquiales haya “pinchado” debería haber sido una excelente noticia. Incluso un hecho políticamente relevante porque confirma el grado de desmovilización de la parroquia separatista que ya se había podido detectar en las elecciones del 23  en las que tanto ERC como Junts, perdieron diputados. Circunstancia que, unida al crecimiento del número de catalanes que ese día apoyaron a los partidos constitucionalistas, podría haber señalado el camino de una normalización política deseable en todos los órdenes de la vida en una Cataluña tensada por las imposiciones de los separatistas que gobiernan en la Generalidad.

Perdieron diputados pero retienen los suficientes para tener a Pedro Sánchez en sus manos. De no ser por la ambición de este personaje dispuesto a promover una amnistía para los procesados por los delitos de los separatistas -amnistía que él mismo decía hace poco que no tenía cabida en la Constitución- la situación de Cataluña cambiaría. Los independentistas han perdido fuelle en la calle, pero las concesiones que esperan obtener de Pedro Sánchez -de llevarse a término-, les hará recuperar músculo político. Resulta tan anómalo que la estabilidad de todo un país -la España democrática- esté al albur de la ambición de un solo individuo que debería ser motivo de reflexión entre quienes le apoyan sin ver hacia dónde nos conduce su arribismo.

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