Opinión

El alcalde que nunca ocultó su profranquismo

Ala muerte de Franco, todos los alcaldes de España eran franquistas. Incluso en las postrimerías de la dictadura no se podía ser alcalde sin ser franquista, sin jurar fidelidad a los principios generales del Movimiento y lealtad al Caudillo. Muchos de aquellos alcaldes siguieron siéndolo -alcaldes y franquistas- tras las primeras elecciones municipales democráticas. Incluso unos cuantos años después no dejaban de sentir cierta añoranza del régimen franquista, al menos en su fuero interno, aunque no hicieran gala de ello. Reconozcamos que la Transición no transformó de la noche a la mañana en fervorosos demócratas a quienes habían servido a un sistema autoritario e hicieron carrera política a base de vestir camisa azul, levantar el brazo derecho con la mano abierta y cantar el “Cara al sol” cuando la circunstancia lo requería. Sin dejar el cargo, la mayoría de ellos se integraron en la Alianza Popular -luego Partido Popular- de Fraga y los siete magníficos. Otros, se dice que los menos franquistas, se afiliaron a la UCD de Suárez, que encarnaba el poder en esa etapa.

Senen Pousa Soto, que en paz descanse, llegó a la alcaldía de Beade en 1974, durante lo que se dio en llamar el tardofranquismo. Permaneció en el cargo casi medio siglo, al obtener, elección tras elección, el respaldo mayoritario del vecindario de esa pequeña localidad en el corazón del Ribeiro. El apoyo a su candidatura llegó a alcanzar el ochenta por ciento de un electorado que le conocía perfectamente. Quienes le visitaban en su despacho, ya en los años ochenta y noventa, habrían visto que allí seguía un retrato de Franco en blanco y negro junto a otros símbolos preconstitucionales. Los habitantes de Beade no se escandalizaban de que durante décadas, cada 20 de noviembre, Pousa, agricultor jubilado, pagara de su bolsillo esquelas y una misa en honor al Generalísimo. Lo hubiera seguido haciendo de no recibir el toque de atención de su partido, el PP, con el que acabó rompiendo, no por cuestiones ideológicas, sino porque en estas últimas elecciones no le dejaron presentarse a la reelección.

Hasta que rompió con “su” partido, nunca ningún dirigente le llamó para recriminarle su inveterado profranquismo. Porque Senén Pousa era eso, un profranquista, más que un franquista de pro. Defendía la labor de Franco como gobernante, los cuarenta años de paz, el desarrollismo...Y probablemente, como mucha gente de su generación, simpatizaba también con el concepto idealizado de la ley y el orden que aparentemente encarnaba la dictadura frente al caos y el desgobierno con que en la memoria colectiva de determinados sectores sociales era recordada la República. El más veterano de los alcaldes gallegos sufrió, sin daño alguno, un ataque terrorista perpetrado, no contra él, sino contra su segunda casa, la Consistorial, tras el cual es muy probable que a bote pronto pensara aquello de que “esto con Franco no pasaba”, aunque en realidad sí pasaba. 

Aseguraba Pousa haber conocido a mucha gente del PP que en el fondo pensaba igual que él y no lo confesaba para no buscarse problemas. Se enorgullecía de la amistad que le brindaron gentes que no le votaban, simpatizantes de la izquierda, socialistas y nacionalistas que, pese a las distancias ideológicas, le agradecían -en privado, claro- el trabajo desinteresado que siempre hizo desde el Ayuntamiento y en la Diputación a favor de su pueblo y de toda la comarca. Porque lo cortés no quita lo valiente. Y porque en la política local las ideologías son casi lo de de menos. Pasan a un segundo o tercer plano, incluso por debajo de la simpatía personal. Eso explica, además, que casi siempre el grueso de los votantes de un alcalde con tirón pasen con él de un partido a otro con la más absoluta naturalidad. En eso el caso de Senén Pousa fue una -para él dolorosa- excepción. 

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