Opinión

Así se las ponían a Fernando VII

ARueda y al PP de Galicia se lo están poniendo cada vez más fácil. Si al final, a falta de dos, hay hasta cuatro listas de izquierda, o incluso más, la derecha estará más cerca de lograr su quinta mayoría absoluta consecutiva. Un hito que habrá alcanzado tanto o más por errores ajenos que por méritos propios. En esto coinciden todos los analistas. La división del progresismo constituye un auténtico suicidio electoral de esa parte del espectro ideológico. La llamada izquierda federal se estará dando un tiro en el pie si, aunque sea in extremis, no es capaz de articular alguna fórmula de confluencia. Está demostrado que el sistema de distribución de escaños, proporcional corregido por la regla D’Hont, y el umbral del cinco por ciento para entrar en el reparto, favorecen siempre a las listas más votadas, amén de propiciar eso que damos en llamar voto útil, que a su vez y en sus distintas modalidades tiende a perjudicar siempre a las minorías.

Pero es que además la fragmentación, y especialmente la sensación de familia mal avenida, desincentiva a la parte del electorado menos militante, la que quiere el cambio -y puede hacerlo posible- pero tiene claro que la única forma de derrotar al PP en el más sólido de sus feudos es aunando esfuerzos en un frente común de las fuerzas que constituyen la oposición, dentro y fuera del Parlamento gallego. En las elecciones generales del 23J Pedro Sánchez y Yolanda Díaz ensayaron con éxito la fórmula de una especie de tique electoral de izquierda, presentándose como opciones competidoras y a la vez complementarias. PSOE y Sumar concurrían por separado, aunque ya habían demostrado ser capaces de entenderse en un inédito gobierno de coalición, que ambos reivindicaban como exitoso y se proponían reeditar. Sus respectivos electorados potenciales entendieron el mensaje. 

La culpa del previsible desastre de la izquierda gallega será de todos los actores implicados, aunque en distinta medida. Hasta al Bloque le exigirán responsabilidades una parte de sus votantes -no sus militantes ni sus simpatizantes, claro- por no haber propiciado alguna fórmula de confluencia con otras fuerzas para aprovechar una oportunidad de desalojar a la derecha de la Xunta que tal vez no se repita en mucho tiempo. Naturalmente también habrá quien culpe al PSOE, si bien los socialistas podrán salvar la cara aduciendo que sugirieron a Sumar ir juntos, en listas compartidas, al menos en las provincias de Lugo y Ourense, las circunscripciones donde se pueden desperdiciar más votos porque se eligen menos diputados. Aquello no pasó de globo sonda y no dará lugar en su momento a reproches porque al fin socialistas y yolandistas están condenados a entenderse a nivel nacional, porque se necesitan.

Seguramente a quien mirará -decepcionado- el progresismo no adscrito, si el PP “recunca” en San Caetano, es hacia Sumar y Podemos, suponiendo que Esquerda Unida se acabe integrando en la plataforma de Yolanda Díaz. La culpa del desastre habrá sido del rupturismo que al no ser capaz de entenderse e integrarse frustrará las expectativas de muchos miles de gallegos. Los auténticos perdedores son los sectores progresistas que aspiraban a propiciar con su voto un cambio de ciclo en la Xunta tras casi quince años consecutivos de gobiernos conservadores, cuyo lógico desgaste, también esta vez, se verá paliado en las urnas por la endémica incapacidad de la oposición gallega para ofrecer a nivel autonómico una alternativa viable. Plural sí y heterogénea, pero creíble.

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