Opinión

Un calendario electoral propio

Por el momento se no sabe cuándo serán las próximas elecciones gallegas. Dicen que Alfonso Rueda no habla de eso ni siquiera con sus más estrechos colaboradores. Si se agota la legislatura, tocarían allá por finales de la primavera del año que viene (las anteriores se celebraron en julio de 2020, en plena pandemia). Hasta hoy, como quien dice, en el entorno del PP gallego barajaban como más probable la fecha del 9 de junio, coincidiendo con las elecciones europeas y presumiblemente también con las vascas. Ahora, sin embargo, en esos mismos círculos se extiende la idea de que probablemente vayamos un poco antes a las urnas. Hay incluso quien apunta al mes de abril, lo que situaría las elecciones gallegas entre una eventual repetición de las generales, previstas para el 14 de enero, y de las europeas, que son inamovibles. 

Lo que hay son meras especulaciones, porque la decisión final le corresponde al presidente de la Xunta. El es quien tiene esa prerrogativa, personal e intransferible. Puede que a día de hoy Rueda no tenga tomada ninguna decisión en firme y que por ahora -y eso sería lo normal- sólo esté manejando distintas opciones, todas ellas, naturalmente, pensando ante todo en los intereses del Partido Popular de Galicia y en los suyos propios. Don Alfonso sabe que, pase lo que pase en la política nacional, él juega con la ventaja de salir como claro caballo ganador y que dispone de la potente maquinaria electoral del Pepedegá, siempre a punto. Enfrente tiene al Bloque listo para batalla, un PSOE todavía sin candidato oficial (el oficioso es Besteiro) y un Sumar, en fase embrionaria, también sin cartel (aunque se apunta a Marta Lois).

A la hora de fijar la fecha electoral, Rueda haría bien en marcar territorio. Incluso ante su propio electorado, le conviene hacer ver que el calendario no se lo marca la calle Génova, en función de los intereses coyunturales de un Feijoo que, como dice la oposición, seguiría controlando el poder autonómico con mando a distancia. El PP de aquí siempre ha ejercido una cierta autonomía organizativa y estratégica respecto a la dirección nacional, liderase quien la liderase. Hasta el todoperoso Aznar tuvo que aceptarlo. Y ese margen de maniobra -veánse los resultados electorales de los populares- le ha ido muy bien, a unos y a otros. En más de una ocasión Galicia ha sido la Covandonga por donde empezó para la derecha española la reconquista de La Moncloa.

Claro que la capacidad de decidir por su cuenta la ganó el Pepedegá a pulso precisamente por sus éxitos electorales, tanto en sus propias elecciones como en las generales, y porque sus dirigentes, sobre todo Fraga por razones obvias, pero también Feijóo, que lo lideró durante 16 años, hicieron lo posible para hacer ver a los dirigentes nacionales que Galicia, a su manera, también es un sitio distinto. En eso nos parecemos bastante a catalanes y vascos. A los gallegos nos gustan que se decida aquí y no en Madrid cuando debemos ir a las urnas. Tener nuestro propio espacio electoral, a ser posible sin interferencias. A nuestro aire. Así ha sido hasta ahora, gobernando el tripartito, el bipartito y el PP. Y no parece haber razones objetivas para que no siga siendo así.

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