Opinión

Camino de vuelta

No parece muy probable que Ana Pontón sea presidenta de la Xunta tras las elecciones del 18F. No depende de ella. Ni siquiera del Benegá. Para que el PP pierda el Gobierno autonómico se necesita que el resto de las opciones de izquierda no crezcan unas a costa de las otras, sino que sean capaces de movilizar el voto progresista indeciso y de pescar en el caladero moderado y menos fiel del centro. Con la izquierda atomizada, la aritmética del sistema electoral juega en contra de la posibilidad de cambio en San Caetano. Ya se sabe que la dispersión del voto tiende a perjudicar a la segunda y sobre todo a la tercera fuerza, en especial en aquellas circunscripciones en las que se reparten menos escaños, que son precisamente donde desde siempre los populares suelen obtener los más altos porcentajes de voto (léase Ourense y Lugo). 

Sin embargo, digan lo que digan las urnas, Pontón ya se ha apuntado un tanto que, de entrada, consolida su liderazgo. El nacionalismo da un paso más en el proceso de reconciliación que se inició en las elecciones generales del 23J, cuando Anova indirectamente pidió el voto para el Bloque. Ahora se firma un acuerdo entre ambas formaciones políticas para concentrar apoyos en las candidaturas frentistas en una elecciones que, sobre el papel y por distintos factores, se presentan como especialmente propicias para impedir que el PP sume una nueva mayoría absoluta, la quinta consecutiva, que supondría una enorme frustración -casi un trauma- para el electorado progresista. Una oportunidad perdida, que con toda probabilidad originaría un auténtico terremoto en las cúpulas de los partidos derrotados. 

Es una foto histórica. Xosé Manuel Beiras asiste a la firma del acuerdo del Bloque con Anova. Su presencia como venerable patriarca del nacionalismo solemniza un acto que -en eso coinciden todos los que allí estaban- va mucho más alla de un movimiento estratégico en forma de alianza electoral para constituir una base sólida sobre la que intentar reconstruir, con el tiempo, la casa común del nacionalismo. Los beiristas no se rinden, como interpretan algunos, ni asumen el papel de hijos pródigos. Siguen defendiendo la existencia de un proyecto propio con ADN “irmandiño”, pero reconocen como un error haber confluido con una izquierda federal tacticista y desleal para la que Galicia no fue más que un laboratorio donde experimentar fórmulas rupturistas que después se aplicarían al ámbito estatal con los resultados, un tanto decepcionantes, que a la vista están.

Ana Pontón y Martiño Noriega coinciden en que el propio acto de la firma del documento conjunto BNG-Anova, que no pasa de una declaración que les compromete a hacer campaña juntos, tiene sin embargo un efecto sanador de heridas -las del trauma de Amio- que siguen sin cicatrizar del todo, pero ya no sangran, ni duelen. Estamos ante un movimiento que la parroquia soberanista les estaba reclamando a unos y a otros. Que aparcasen los recelos e hicieran el esfuerzo de entenderse. Lo de reintegrarse ya se verá cuando toque, si toca. Puede ser cosa de meses o necesitarse años. O quedarse en conato. Porque hay quien en el partido de Beiras desconfía que después de las elecciones el Bloque les dé con la puerta en las narices, lo que supondría condenar al beirismo no ya a una situación testimonial, que es donde ahora está, sino a la disolución. Al apaga y vámonos. 

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