Opinión

Una crisis de la leche

Lo reconoce el propio conselleiro de Medio Rural: el sector ganadero gallego corre serio peligro de extinción. La situación es límite. La guerra de Ucrania está dando la puntilla a la mayoría de las pocas explotaciones que han logrado sobrevivir a las sucesivas crisis que vienen padeciendo desde hace décadas. Estar ya estaban con el agua al cuello por el constante aumento de las facturas que pagan por las materias primas y los suministros necesarios para producir leche, huevos o carne, mientras lo que cobran por sus productos se estanca, cuando no se reduce. Esas explotaciones nunca fueron una fuente de riqueza. No daban para mucho. Sin embargo, constituyen el sustento de muchos miles de familias directa e indirectamente, incluyendo gente joven y valiente, que apostó por el rural y cuyo proyecto vital se está viendo frustrado sin alternativa posible, al menos en el territorio que hoy ocupan.

Dentro de la ganadería, son los productores de leche, incluyendo aquellos que crecieron y se reconvirtieron para poder sobrevivir, los que tocan fondo a causa del incremento en los costes de producción derivados de la escasez y el sobreprecio de los cereales y de un escenario energético imparablemente alzista. Es la tormenta perfecta. Eso dicen los ganaderos, que ya están produciendo a pérdidas por los escasos márgenes con los que habitualmente trabajan y la negativa a revisar los contratos por parte de las empresas que les compran la leche, sometidas a su vez a la presión y a las condiciones leoninas de los distribuidores. La bienintencionada Ley de la Cadena Alimentaria no se cumple. O no se hace cumplir, al menos en buena parte del sector primario, al que debería garantizar una mínima rentabilidad o, cuando menos, la subsistencia.

Las organizaciones profesionales del sector urgen de las administraciones una serie de medidas emergencia para que los granjeros recuperen de inmediato un cierto grado de liquidez. Porque, sin apenas una mínima ganancia, ya están tirando de sus ahorros, los pocos que disponen de ellos. Reclaman un plan de choque realista, adaptado a las circunstancias actuales. Y flexible, para que sea útil a todos los productores, con independencia de su localización territorial y de su tamaño. Un plan fruto del diálogo con la gente del campo, con sus auténticos representantes, los que de verdad conocen la problemática que les afecta, porque la viven en primera persona y a diario. Un catálogo de actuaciones que limite a lo imprescindible el papel de los técnicos (y sobre todo a los burócratas).

Con una ganadería residual y la agricultura reducida a la mínima expresión (o a un hobby, o al autoconsumo), Galicia será distinta. Menos Galicia, aunque no necesariamente más pobre. Se acelerará la despoblación y el abandono de las aldeas. La desagrarización asilvestrará el territorio. El rural seguirá existiendo, pero cada vez más a la manera de un gran parque temático. Ya no como el espacio natural que dio de comer a nuestros ancestros y que configuró en gran medida nuestra identidad, aquello que compartimos los aquí nacidos y que nos hace diferentes a nuestros vecinos, sobre todo a los de la Meseta, del Este y del Sur de España. Crecerán los entornos urbanos, seremos aún menos y comeremos mucho peor. Antropológicamente tendremos que reiventarnos. A lo peor perdemos el “sentidiño” y hasta la retranca.

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