Opinión

El empoderamiento de Feijóo

Entró derrotado y salió fortalecido. Cuando Alberto Núñez Feijoo subió a la tribuna para defender su candidatura a la presidencia del Gobierno ya sabía a ciencia cierta que no tenía posibilidades de salir investido. Los números no daban. Estaba totalmente descartado que le votase algún diputado socialista descontento con la deriva del sanchismo, que tal vez los haya pero no dan la cara. Y era aún menos probable que al escuchar su tono y las propuestas contenidas en sus dicursos algún grupo estuviese dispuesto a pasar del no a la abstención. Sin embargo, en la bancada popular, no sólo los incondicionales, también los menos albertistas, todos respiraron tranquilos al ver que el PP está en manos de alguien a quien ese liderazgo no le queda grande y que, superado el shock de la amarga victoria del 23J, parece tener clara la hoja de ruta que a no tardar conducirá a la derecha hasta las puertas de la Moncloa .

Fracasó en el intento, pero ha merecido la pena. Esa es la impresión que tiene el propio Feijóo tras perder las dos votaciones de la investidura fallida. Le ha tomado la medida al Congreso de los Diputados -un escenario que impone- y a los grandes debates, aquellos en los que el político de primer nivel sabe que tiene que dar la talla por todo lo que hay en juego y por la proyección mediática. A ese nivel los errores se pagan muy caros. Y a Feijóo se le ha visto cómodo empleando un estilo directo que combina en sus justas dosis la contundencia sin ánimo ofensivo con la retranca propia de sus raíces gallegas y de su forma de entender el debate político. A él siempre le ha ido mejor en la esgrima dialéctica que en las disputas ideológicas. 

Para muchos fue una descortesía, una desconsideración, y para el PP un desaire. Sin embargo, puede que Sánchez haya acertado no subiendo a la tribuna del Congreso. Porque, además de no poder eludir el debate sobre la amnistía, hubiera tenido que vérselas con un Feijóo que en su estreno en la Cámara Baja estuvo a la altura de las circunstancias en el fondo y en la forma. Ágil, contudente y eficaz a la hora de transmitir la imagen de alguien que pretende encabezar algún día, y a no tardar, un gobierno de borrón y cuenta nueva. Un líder de la oposición empoderado, que con una actitud constructiva está dispuesto y se compromete a promover unos cuantos pactos para abordar asuntos de Estado que no pueden aguardar, sin renunciar a ejercer una oposición dura para consolidar su clientela y achicar el espacio de Vox.

Tienen razón los que afirman que no asistíamos a un verdadero intento de investidura, ni siquiera a un conato, puesto que nadie mejor que Feijóo sabía que estaba condenado al fracaso. Fue más bien una moción de censura atípica o impropia. Sin embargo, sus intervenciones en este debate le sirvieron al expresidente de la Xunta para reivindicarse como jefe de la oposición con todos los galones, si al final se reedita el Gobierno Frankenstein. A la vez, en clave interna, despeja dudas malintencionadas y se reafirma como el líder más adecuado para ese Partido Popular, definido por él mismo como reformista, autonomista y europeísta, que, dentro de unos meses o cuando toque, podrá ofrecer a los españoles una alternativa solvente y creíble frente a lo que representan Pedro Sánchez, sus socios y sus cómplices.

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