Opinión

La impúdica humanidad de los políticos

Después de todo lo visto, oído y leído a estas alturas de la campaña para las elecciones del día 18, cabe preguntarse hoy, día de reflexión, una vez más a qué viene ese denodado e impúdico afán de los candidatos en mostrar quiénes son y cómo son en realidad mediante fotos, audios y vídeos difundidos a través de las redes sociales, un material del que luego se suelen hacer amplio eco los medios, hasta viralizarlo. Porque no siendo en época electoral -o preelectoral, que ya casi es lo mismo- nuestros principales dirigentes políticos, al menos en Galicia, son poco dados a dejarse ver fuera de la actividad institucional, de los actos públicos, aunque sean lúdicos o festivos. Unos más que otros, pero todos en general tienden a guardar celosamente su privacidad y no digamos su intimidad, a mantener alejada del espacio público y mediático su esfera personal y familiar, aquello que sale en la Wikipedia. Es lo natural, por respeto a sí mismos y a lo suyos. 

Es comprensible que los responsables públicos eviten en lo posible que se ponga el foco en aspectos de su cotidianeidad ajenos a las tareas que tienen encomendadas en la esfera política. Lo tienen difícil al ocupar una especial posición de la que han de ser conscientes desde que acceden al escenario político. De ellos importa algo más que aquello que sucede en sus despachos, en las salas de juntas o en los recintos públicos a los que acuden en razón del cargo que desempeñan o al que aspiran. Interesa su imagen, su comportamiento ético, sus cualidades personales, sus negocios e intereses. Todos estos aspectos nos remiten a un ámbito originalmente privado, que aunque no se conozca se supone que ha de ser irreprochable. Y ejemplarizante. Otra cosa son sus rutinas vitales, sus usos y costumbres, que a los demás nos deberían importar poco o nada. 

Sin embargo, cuando, como ahora, se aproxima una cita con las urnas, a sugerencia de sus asesores, los responsables públicos no tienen reparo en desnudarse parcialmente, en sentido figurado. Aunque con actitud a veces un tanto forzada, revelan sus aficiones, desvelan sus debilidades o defectillos, muestran el entorno en el que viven o directamente nos presentan a sus familiares, amigos y vecinos. Dan por sentado que eso puede cambiar, se supone que para bien, la percepción que de ellos tiene el electorado. Tratan de revelar su lado más humano, como dice el tópico. Se supone que lo hacen para ser vistos como personas casi “normales”, que en el fondo y en las formas se parecen a cualquiera de nosotros, a la gente del común. Como si ocupando altos cargos o siendo líderes de partidos, a jornada completa y con plena dedicación, se pudiera tener una vida normal y no se viviera para la política. 

Lo que más allá de no resultar nada creíble raya en el ridículo es eso de ponerse a cocinar, disfrazarse para correr el carnaval, acariciar perros o jugar con niños en un parque, o echar una partida con ancianos en una residencia de mayores. O hacer la compra. O dedicarse a cocinar dulces de temporada o a recoger plásticos en las playas. O a cantar y bailar en público. No cuela ni con los más ingenuos. Es una burda impostura. No siendo en campaña electoral no harían ese tipo de cosas. Ni falta que hace. Porque a los políticos hay que pedirles que se dediquen a hacer política, sea en el gobierno o en la oposición. Cabe exigirles, además de transparencia y honradez, que sean serios y responsable y que se esfuercen por mejorar la vida de la gente. Ni siquiera hace falta que sean auténticos. Fuera de sus tareas de servidores públicos, que hagan o dejen de hacer lo que les venga en gana. No tenemos por qué saber cómo son. Es su derecho. El suyo igual que el nuestro. 

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